Art decó y Madrid

Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que el siglo XIX fue el de la producción en masa de productos industriales. Los avances técnicos y tecnológicos permitieron a la Humanidad una capacidad de desarrollo material jamás antes logrado. No obstante, lo que para muchos suponía un gran avance, no fue visto como tal en el campo de las artes. Este desarrollismo y producción seriada amenazaba con inundar el mundo de utensilios y edificios carentes de gracia o belleza.

En Gran Bretaña, donde la industria protagonizó antes que en ningún otro sitio este desarrollo, nació la primera respuesta decorativa en oposición a la “fealdad” y utilitarismo industrial. Nació así el Arts and Crafts, un estilo decorativo que, liderado por el arquitecto y artesano William Morris, asentaría las bases de un nuevo arte. Su influencia fue de orden moralizante pues renegaba de la nueva producción deshumanizada que inundaba el mercado de utensilios mecanizados y seriados. Aseguraba que ahí donde una máquina producía no había cabida para la sensibilidad. Esta nueva respuesta estilística se caracterizó por rescatar la figura del artesano que, no sólo generaba productos útiles, sino también bellos.

Este fenómeno del Arts and Crafts derivó en una nueva teoría que ponía en valor el trabajo en un entorno saludable y agradable en contraposición con el que tenían que sufrir los obreros en las fábricas de la época. Se fomentó el trabajo artesanal y los conocimientos que éstos tenían para tratar todos los materiales de manera correcta. De ese modo, más que un estilo, podemos decir que el Arts and Crafts fue toda una corriente de pensamiento que se oponía al desarrollismo industrial por alejarse del conocimiento adquirido por el ser humano en base al buen gusto y al saber hacer.

Como todos los movimientos intelectuales, la aplicación material de estas ideas fue variopinta y no creó un estilo único y reconocible. El estilo que sí cuajó en un carácter formal y homogéneo con las ideas del Arts and Crafts, lo hizo en Centroeuropa y tomó el nombre genérico de Modernismo, pero también distintos nombres locales según los países. En Francia y en Bélgica (país pionero de este estilo con las obras de Víctor Horta) se denominó Art Nouveau, en Alemania se denominó Jugendstil, en Italia Stile Floreale y en Austria Sezessionstil.

El Modernismo es la respuesta mancomunada de la nueva intelectualidad en despreciar las formas rectas frente a las curvas y de recuperar la artesanía como generadora de arte. Dentro del campo exclusivo de la arquitectura, este estilo se caracteriza por su voluntad ornamental donde las formas curvas, femeninas, florales u orgánicas inundaban las fachadas tanto en paramentos pétreos como cerámicos o vitrales.

Pero, ¿qué es el Art Decó? Siendo lo más sintético posible, lo podríamos definir como un estilo, más decorativo que arquitectónico, de los años 20 y 30 del siglo XX, que, más que derivar del Modernismo, significa su ocaso. Así como el Modernismo “sabe lo que hace” y por qué lo hace, el Art Decó es lo que quedó del Modernismo cuando nadie se acordaba de lo que significó en un principio. Así como el Arts and Crafts, generador del Modernismo, es una corriente de pensamiento, el Art Decó es una mera moda. Más que preguntarse qué es el Art Decó, ante la ausencia de una definición como tal, habría que preguntarse si algo es o no Art Decó porque para mí es más un adjetivo que un nombre.

Y como moda, el Art Decó, no tiene voluntad moralizante. Es un gusto, un escenario de una época, es el regusto popular de lo que antes estaba dirigido a una élite económica e intelectual preocupada por “el buen gusto”. El Art Decó es un puente de unión entre el modernismo y las nuevas Vanguardias que, cargadas de ideología, habrían de ser domesticadas por el Art Decó para ser asimiladas por el pueblo como algo que agradase. Lo que suele fascinar del Art Decó es su capacidad de gustar sin ser presuntuoso y eso, permítanme decirlo, me parece muy madrileño.

Si tuviera que sintetizar en pocas palabras lo que para mí es la belleza de Madrid incidiría siempre en este hecho: la belleza de Madrid es la de una dama que no pretende impresionar, que no se perfuma ni acicala en demasía. Es limpia pero no despampanante, es profunda pero no explícita. Es la belleza de quien no se lo tiene «creído», la belleza popular que por triunfar por doquier, arrasa en Madrid, “aluvión de doquieres”. Esta belleza, por tanto, ni siquiera es autóctona,

Esa es la belleza de los locos años 20 que se extendió hasta los años 30 y se vio truncada por la Guerra Civil en España. Es la belleza de una época en la que España se libra de la Gran Guerra para acercarse en lo estético a EE.UU. que sabe llevar al Art Decó a sus cotas más desenfadadas. Siempre he creído que lo mejor que hace Madrid no es crear, inventar o tratar de influir sino, por el contrario, importar para hacer suyo lo importado y darle un sello propio para que ya ni se nos ocurra pensar que no es de aquí. Ocurrió con los Austrias, dinastía extranjera que hicimos nuestra. Ocurrió con el teatro que, nacido en Grecia, se perfeccionaría en los corrales de comedia. Ocurrió con el Chotis, que es un baile alemán nacido en Escocia y, en menor medida, ocurrió con las romerías, que son andaluzas.

Las fachadas, elementos ornamentales y funcionales de los siguientes edificios encarnan, a mi modo de ver, lo mejor que sabe hacer Madrid. Cualquiera de estos edificios perdería atractivo descontextualizados de las calles y barrios donde se encuentran.

Fachada Cine Doré: (1922-23). Arquitecto: Críspulo Moro Cabeza. Si por algo se caracteriza esta fachada del barrio de Lavapiés es por su intenso color rojo sobre la que la destaca la decoración en planta primera, así como por la utilización de seis columnas jónicas de orden simple en planta baja. La utilidad del edificio como cine favorece los cerramientos sin ventanas y eso es aprovechado por el arquitecto para decorar los paños con esgrafiados blancos de motivos vegetales y orgánicos, en el más puro estilo modernista, pero simplificados. Sin embargo, el desequilibrio de la fachada con sus columnas jónicas descentradas respecto al eje central unido al frontón curvo que sobre el acceso rompe así la balaustrada corrida de la coronación, lo acercan más al Art Decó.

Teatro Pavón: (1924-25). Arquitecto: Teodoro de Anasagasti. En la esquina de la Calle Embajadores con vuelta a Dos Hermanas se alza el teatro más Art Decó de Madrid: el Pavón. Sus dos fachadas asimétricas con volúmenes salientes y cornisas redondeadas en sus esquinas quedan potenciadas por el contraste de los paños lisos con otros de esgrafiados de todo tipo. Aquí se pueden ver desde motivos repetitivos a modo de estarcido en estampado hasta diseños vegetales y florales, excepto en planta baja que, a modo de basamento, no presenta más que vanos sin adorno alguno. La esquina se potencia gracias a una estructura metálica que alberga un enorme y funcional reloj.

Círculo de Bellas Artes: (1921-26). Arquitecto: Antonio Palacios. Lo más interesante de este edificio es su juego de volúmenes y cómo varía su percepción según el punto de vista desde la calle. Es un edificio rompedor en su concepción y roto en su apariencia pues los distintos volúmenes lo asemejan más a una adición de edificios en distintos planos (como un skyline) que a un edificio unitario.

Siendo un edificio en esquina se materializa como todo lo contrario a lo que venía siendo habitual. Es norma general que la esquina sea el elemento principal y el lugar donde gravita la fachada, pero aquí la esquina se desmaterializa en plantas altas para llevar el centro de gravedad al otro extremo de la fachada en la Calle Alcalá.

Es art decó tanto el tratamiento de elementos clásicos: columnas, arcos, frisos o estatuas con un sentido no historicista, la asimetría de los volúmenes en alzado y el aterrazamiento de sus volúmenes en altura.

Cine Callao: (1926-27). Arquitecto Luis Gutiérrez Soto. Otro edificio en esquina que conversa con el otro coloso art decó de la plaza del Callao: el edificio Carrión. El cine Callao es muestra del eclecticismo del que solía hacer gala el autor. Esta fachada rompió con todos los cánones antes utilizados en la Gran Vía, como antes lo hizo el edificio del Palacio de la Prensa utilizando el ladrillo visto.

El Art Decó se manifiesta aquí en los juegos de tonos sienas y rojos de la fachada al más auténtico estilo de Miami. Los esgrafiados en fachada quedan enmarcados en molduras levemente resaltadas y representan formas vegetales que se repiten regularmente. La fachada principal se vacía ahí donde otros edificios concentran la atención, de tal modo que el nombre del cine se sustenta sobre una estructura metálica etérea que contrasta con la masiva fachada plana.

En conjunto, el cine parece en volumen un enorme edificio Bauhaus pues el arquitecto desprecia jugar con una rotura volumétrica sabedor de la suficiencia del efecto que provoca el uso del color y los esgrafiados. Sin embargo, el guiño al art decó se acentúa en las zonas altas de la fachada done un templete de base circular remata la fachada en la esquina y, en la fachada a Jacometrezo, un «cuasi-almenado» permite adivinar su terraza en la cubierta plana. La planta baja, así como también se ve en el Pavón, funciona como basamento pero esta vez con otro material, la piedra natural, para dignificar los accesos.

Teatro Barceló: (1930-31). Arquitecto Luis Gutiérrez Soto. Siempre que paso por la Calle Luchana no puedo dejar de pensar que lo que aquí construyó Pichichi (así se le conocía a este arquitecto en el gremio) es más un barco que un edificio. El uso de la ventana corrida, que tanto marca el movimiento moderno de Le Corbusier, aquí se lleva a su mejor expresión. La esquina parece comportarse como una fachada lateral doblada y curvada pero la potencia de su coronación, donde abundan las cornisas y las bandas horizontales, ofrece una mayor sensación de modernidad, dinamismo y velocidad.

Ambas fachadas laterales son casi idénticas y el edificio casi presenta una simetría desde el eje que marcaría la supuesta proa. Esta fachada juega con los volúmenes salientes de planta completa y con las cornisas, lo que permite iluminarlo con efectos muy teatrales y modernos como la estética de la influyente película Metrópolis, de Fritz Lang. Es un edificio sublime, supera su valor como icono Art Decó para pasar a ser un ejemplo de elegancia, no atemporal, sino propia de su tiempo.

Edificio Carrión: (1931-33). Arquitectos: Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced. Acabamos con el hermano mayor del Teatro Barceló. Todo lo bueno de ese edificio aquí se acentúa y se magnifica pues, la situación estratégica del edificio al comienzo del tercer tramo de la Gran Vía, así lo aconsejaba.

Las líneas horizontales toman el protagonismo y lo hacen contrastando con el elemento vertical en chaflán circular que protagoniza la plaza de Callao. Aquí se aprecia la huella de la arquitectura expresionista de Mendelsohn en Alemania, el efecto causado por el Flatiron en Nueva York y el buen hacer de arquitectos contemporáneos como Gutiérrez Soto.

Los materiales utilizados dan fe de que el edificio no es un art decó al estilo de los otros que hemos visto con fachadas enfoscadas. Aquí el uso de la piedra natural y sus contrastes elevan la arquitectura a la categoría de joya.

Si no has tenido la oportunidad de verlos en persona, te recomiendo que te acerques a Madrid y descubras todo aquello que ofrecen y uno no sabe describir con palabras.