Beatriz Galindo La Latina. Fuente: www.tuotrodiario.com

Beatriz Galindo, la Latina

No pretendo aquí escribir una biografía de Doña Beatriz Galindo, sino recordar lo que esta erudita hizo por la ciudad de Madrid. Ella ha sido una de las figuras más importantes en la historia de la ciudad y se le ha reconocido, en la actualidad, dando nombre a uno de los barrios más castizos del Madrid antiguo, a todo un distrito de la capital así como a institutos y colegios de la ciudad y provincia.De ese modo, pasaremos someramente por la primera mitad de su vida, la que la vincula menos con la ciudad, y nos centraremos más en la parte de su vida en la que une sus destinos con la que después sería capital de España.

Doña Beatriz Galindo nació en 1465 en Salamanca. Provenía de una familia zamorana, hidalga pero no muy adinerada, que sin embargo procuró a su hija una muy buena educación. Pronto destacó como una alumna aventajada y asombró su dominio del latín, en aquél entonces ya sólo reservado para los muy eruditos. Ya a los 16 años fascinó con el dominio de esa lengua al mismo claustro de la Universidad salmantina.

Una mujer dedicada a la lectura, al estudio y al latín en el siglo XV, parecía predestinada a la vida conventual. Pero su fama evitó que ingresara en ningún convento pues sus grandes dotes con el latín llegaron a oídos de la reina Isabel I de Castilla que ordenó una entrevista con ella. Fue llevada a la Corte para que la enseñara latín. La reina Isabel siempre pensó que su educación no fue la adecuada pues el que recibió la educación de un príncipe fue su hermano Enrique. Sus enseñanzas de layín no se linitaron a la reina sino también a sus hijas y a otras damas de la Corte.

Allí en la Corte entabló amistad con la Reina, con la que departía a menudo. A la vez que procuraba la mejor educación a las hijas de ésta: Isabel y María, futuras reinas de Portugal, Juana, futura reina de Castilla y Catalina, futura reina de Inglaterra, fue forjando una relación de mutua admiración y respeto con la Reina de Castilla.

Aunque no se ha destacado lo suficiente, el poder de las mujeres en esta corte de Castilla fue fundamental para fomentar el proyecto humanista y alcanzar cambios sociales que transformarían los antiguos usos y costumbres en una nueva sociedad más humanista, como el Renacimiento promovía.

Al tener la mujer de aquel entonces vetado el campo de la política, fueron la instrucción, la cultura, el mecenazgo artístico y religioso los ámbitos de actuación de estas mujeres de la Corte isabelina. Por desgracia, la producción literaria de La Latina se he perdido casi totalmente.

Como muestra de su afecto, la Reina Isabel decidió su boda con Francisco Ramírez de Madrid, conocido como el Artillero. Él era viudo y veinte años mayor que La Latina pero, lo más importante, formaba parte del núcleo de mayor confianza de los Reyes Católicos. De esta manera, la reina unía a dos de sus más fieles apoyos. Francisco ya le era fiel desde su lucha por acceder al trono castellano.

Beatriz recibió 500.000 maravedíes como regalo de boda de la reina Isabel, (1.000.000 maravedíes costó años después la empresa de Magallanes y Elcano). A pesar de haberla casado, Isabel no tenía intención de prescindir de su amiga en la Corte y allí permaneció la mayor parte del tiempo. En algunas ocasiones debía ausentarse de la Corte para residir en Madrid, ya que su marido era regidor de la villa por orden de la Reina y, en su ausencia, debía ocuparse de sus intereses en el Concejo.

Fue en ese momento cuando el Artillero y la Latina decidieron construir un hospital en esta ciudad. A ese menester se dedicaba Beatriz cuando acaeció la muerte de su marido en 1501, en una revuelta mudéjar en las Alpujarras. Tras enviudar, Beatriz Galindo abandonó sus obligaciones cortesanas para establecerse en Madrid con su familia y dedicarse a consolidar su buena situación económica, que emanaba de su proximidad con la Reina y no de ningún alto linaje. Una mujer en sus circunstancias, viuda y con hijos pequeños, tenía que dedicarse a administrar los bienes y asegurarse cierta bonanza económica.

El primogénito de Beatriz fue apadrinado por Fernando el Católico, al que pusieron su nombre, y fue paje del príncipe Juan. Su segundo hijo se llamó Onofre por ser el artillero devoto de este santo que, según él, le había salvado varias veces la vida. Sabemos que también tuvo varias hijas. Beatriz consiguió crear dos mayorazgos, en Bornos y en Rivas, para sus dos hijos (1504), que eran niños cuando murió su padre y de los que ella era tutora. No se volvió a casar para no perder la tutela de sus hijos y luchó con denuedo por que su hijo Fernando heredara el título de regidor de la Villa, lo que le aseguraría ingresos y reconocimiento en la ciudad.

Su condición de viuda le retiró de la vida pública y fue en ese momento cuando vivió la vida apartada que sus padres habían pensado para ella. Una vez fundado el hospital se instaló a vivir allí con sus hijas y otras allegadas, pues era mejor eso que someterse a normas conventuales. De ese modo también vigilaba su correcto funcionamiento. Entonces, los hospitales no eran meros centros sanitarios, ofrecían también una labor asistencial.

Según las instrucciones de fundación del hospital, se trataría allí a personas necesitadas, presos, pobres vergonzantes, caminantes y, sobre todo, a mujeres, niños y a huérfanas a las que se prepararía para el matrimonio. Del Hospital de la Latina no se salía sólo curado o bien nutrido, sino que no se abandonaba hasta que no consiguieran que uno se pudiera ganar la vida honradamente. No contenta con esto, consiguió que todos los que murieran en este lugar gozaran de indulgencia plenaria.

Fue este hospital, que se conocía con el sobrenombre de su fundadora, el motivo por el que llamamos de La Latina al barrio en el que se asentaba. Del edificio no queda nada más que una portada de estilo isabelino, en honor de la Reina Católica, trasladada en tiempos recientes a la Escuela de Arquitectura de Madrid.

Su nueva vida piadosa le llevó a iniciar otras dos fundaciones, gracias a los bienes inmuebles y a las rentas heredadas de su marido. Así, aunque apartada de la Corte, colaboró en la política religiosa de la Reina Católica que estaba orientada a la reforma del clero regular. La recién creada Orden Concepcionista era la preferida por Isabel I y por las mujeres de su entorno.

En unas casas heredadas de su marido, no muy lejos de su hospital, ordenó la construcción de un convento, bajo la advocación de la Concepción, de religiosas jerónimas. Para tal menester la reina le entregó 100.000 maravedíes. Esto derivó en un problema con los franciscanos que en esa zona de la ciudad contaban con mucha influencia por la presencia de su convento, pues no toleraban en las inmediaciones otras monjas que no fueran franciscanas. Por las presiones ejercidas por los franciscanos en el concejo, Beatriz tuvo que llevar a estas monjas a unas casas de su propiedad en el barrio de la Santa Cruz en 1511.

Este contratiempo disgustó a La Latina que no concebía el convento tan alejado de su hospital. Es por eso que en 1512, en las casas que antes ocuparon las monjas jerónimas, fundó otro convento de advocación concepcionista pero, esta vez, con monjas franciscanas. El convento se llamó de la Concepción Francisca.

La creación de conventos estaba dentro de la línea política de la ya fallecida Isabel I que impulsaba el Cardenal Cisneros. Con estos nuevos conventos se pretendía acabar con los beaterios, comunidades femeninas no sometidas a ninguna regla ni a la jerarquía eclesiástica, que se habían multiplicado en las ciudades. La regla concepcionista tenía una mayor semejanza con las formas de vida de las beatas y muchas de ellas acabaron integrándose en estos conventos. Con la fundación de este último convento de la Concepción Francisca se solucionaban varios problemas del Concejo madrileño: se reformó la vida religiosa, se contentaba a los franciscanos  y se dotaba a la villa de un nuevo convento femenino. En este nuevo convento también se hizo preparar la Latina estancias donde poder residir.

Beatriz Galindo residió hasta su muerte en la Villa de Madrid, alternando su estancia en sus tres fundaciones: el hospital y los dos conventos concepcionistas. No obstante, sentía predilección por el convento de la Concepción Jerónima. Prueba de ello fue la decisión de albergar allí el enterramiento de su marido (y el suyo una vez fallecida) y a él legó sus libros de latín.

Beatriz Galindo, aunque no tuvo una base legal para intervenir en la política municipal madrileña, arbitró los medios oportunos para conseguir lo que le convenía en esta villa. Se encargó de que el Concejo de Madrid mejorara el barrio de sus fundaciones: hizo trasladar un muladar que había próximo al hospital y clausurar un cementerio mudéjar que había en las cercanías.

Murió con 70 años, después de que sus dos hijos varones ya hubieran fallecido. En su testamento, Beatriz les perdonó a sus familias todas las deudas que en vida habían contraído con ella. Entregó los mayorazgos de los que disfrutaron sus hijos a sus nietos, entregó una muy buena dote a su nieta primogénita, y procuró los bienes necesarios a sus instituciones para proseguir con su labor religiosa y humanitaria. Las únicas que se quejaron del reparto fueron sus nueras que la acusaron de procurar mayor bonanza económica a sus fundaciones que a la familia de sus propios hijos.

Quiso ser enterrada en la Concepción Jerónima, convento ya desaparecido, pero no con ostentación sino como el resto de religiosas, en el coro bajo del convento. Parece ser que fue una decisión de última hora pues ordenó para su marido y para ella misma dos enterramientos a Diego de Siloé que ahora se encuentran en el monasterio que tienen estas religiosas en Alcobendas. En el Museo de San Isidro de Madrid se pueden contemplar otros dos sepulcros que tampoco fueron ocupados.