Madrileños por el mundo

Entre las millones de historias de los madrileños que poblaron estos pagos en sus más de once siglos de historia, destacan estas que, por distintos motivos, nos hablan de grandes hazañas en tierras lejanas.

Ruy González de Clavijo. Fue ayuda de cámara del rey Enrique III de Castilla. Será siempre recordado por visitar la ciudad de Samarcanda, y narrar su viaje, en los albores del siglo XV. Su misión era culminar una embajada enviada por el rey y entregar en mano una carta al gran Tamerlán (o sultán Temür). El relato de las vicisitudes de su aventura y de sus descubrimientos se considera el origen de la literatura de viajes en español.

Todo comenzó en 1396 con la victoria del turco Bayaceto sobre la Cristiandad en Necópolis. Constantinopla estaba asediada por los otomanos y el Imperio bizantino agonizaba. Cuando todo parecía perdido, apareció en escena el gran Tamerlán, señor de Samarcanda, que derrotó a los ejércitos de Bayaceto en la batalla de Angora. Los reyes cristianos encontraron en él a un potencial aliado contra el turco.

Enrique III, llamado El doliente, gustaba de enviar embajadas a otros países y había encomendado a los caballeros Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos presentarse en la batalla de Angora. Esta embajada fue muy bien acogida por el vencedor, los colmó de parabienes y halagos y los hizo acompañar en su viaje de regreso a Castilla por Mohamed Alcagi, embajador de la corte del gran Tamerlán, que portaba una carta para el rey de Castilla y numerosos regalos, entre ellos tres esclavas greco-húngaras, que acabaron desposadas con hidalgos españoles.

Como señal de agradecimiento, y ya en Castilla, Enrique III decidió devolverle el favor, y ordenó al madrileño Ruy González de Clavijo acompañar a Mohamed Alcagi en su viaje de regreso. El camarero real portaba una carta suya para Tamerlán.

El 21 de mayo de 1403 embarcó en el Puerto de Santa María una comitiva real, entre los que se encontraban, además de Clavijo, fray Alonso Páez de Santamaría, Gómez de Salazar, que moriría en el viaje, y Alfonso Fernández de Mesa. El barco en el que navegaron atravesó todo el Mediterráneo de oeste a este, cruzó el estrecho del Bósforo y llegó al mar Negro. Desde allí, el 11 de abril de 1404, se emprendió el camino por tierra y visitaron ciudades de Armenia, Anatolia, Azerbaiyán, Persia, Afganistán y, finalmente, Samarcanda en Uzbekistán, situada en el oasis del borde oriental del desierto de Kyzylkum, adonde llegaron el 8 de septiembre de 1404.

Si actualmente tenemos una imagen fiel de la Constantinopla cristiana, que aún no había caído en manos turcas, se lo debemos a la descripción que Clavijo hizo de esta ciudad así como de otras que encontró en tan extraordinario viaje. Su capacidad de descripción asombra y le sirve para tratar tanto lugares como al gran Tamerlán y su entorno de la corte. La proximidad a localizaciones bíblicas como la ciudad de Calmarín, le lleva a situar los restos del Arca de Noé en las lomas de su monte Ararat y afirmar que esta fue la primera ciudad levantada tras el Diluvio Universal.

Aunque se dice que Marco Polo ya pudiera haber estado en Samarcanda a principios del siglo XIV, el relato de Clavijo es el primer testimonio europeo del lujo de la corte timúrida.  De hecho, la descripción de las bellezas y lujos de la ciudad, ayudaron a la creación de la leyenda de Samarcanda, ciudad de la que Alejandro Magno, ya en el siglo IV, dijo que su belleza no tenía parangón en el mundo conocido.

Juan de Campos y Francisco Díaz. Uno de los hechos más meritorios de cuantos lograron españoles en la historia fue la primera circunnavegación del mundo completada por Juan Sebastián Elcano junto a 18 supervivientes. El 10 de agosto de 1519, zarparon desde Sevilla cuatro naos (Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago) con 247 hombres.  La empresa que capitaneaba Fernando de Magallanes, un portugués naturalizado español, pretendía aclarar si los portugueses respetaban el tratado de Tordesillas. Se habían asentado en las islas Molucas que, según distintos cálculos, no les correspondía por encontrarse en el hemisferio reservado a España en dicho tratado.

Esta empresa se hizo bajo pabellón español pero era una misión ciertamente universal. Lo mejor de todo el mundo se embarcaba en una aventura sin parangón en la época: intentar llegar a las islas Molucas navegando hacia el oeste y tratando de encontrar un paso que permitiese salvar esa infinita extensión de terreno llamado América. La mayor parte de los embarcados como es lógico, procedía de regiones costeras. De ellos, 147 eran españoles, de los cuales casi la mitad eran andaluces. También se alistaron muchos vizcaínos, guipuzcoanos y gallegos pero entre todos ellos nos interesan dos que habían nacido lejos de la mar, concretamente en Madrid. Hablamos de Juan de Campos, de Alcalá de Henares, y Francisco Díaz, de la villa de Madrid.

Ninguno de ellos fue de los 18 que lograron regresar a España circunnavegando el orbe pese a la oposición portuguesa. Ambos murieron muy lejos de su lugar de nacimiento, pero se sabe que antes de conocer la muerte llevaron a cabo hazañas que favorecieron el éxito de la expedición y salvaron la vida de muchos de sus camaradas. Juan de Campos era el despensero de la Trinidad. Francisco Díaz de Madrid trabajaba en el mismo barco como “sobresaliente”, soldado cuya misión era proteger la tripulación una vez los barcos tocaban tierra.

El 27 de abril de 1521 falleció el almirante Fernando Magallanes cuando más de 1.500 guerreros de la isla de Mactán en Filipinas atacaron a 49 de los navegantes de la expedición. Las crónicas de Antonio Pigafetta, uno de los 18 que llegaron al final con Elcano, afirman que los filipinos esperaron en la playa a que los españoles desembarcaran. Magallanes, viendo perdida la batalla por lo exiguo de sus fuerzas, ordenó la retirada ordenada. Tras varias horas de lucha, murió el portugués de una lanzada y una flecha envenenada. Su arrojo en la batalla logró que la mayoría de sus hombres pudiesen regresar a los botes, pero no lo logró el madrileño Francisco Díaz, que con otros cinco compañeros y el capitán cubrían la retirada del resto y murieron en la empresa.

Este percance caló hondo en la expedición que, desde entonces, empezó a recelar de los nativos. Se limitaron los contactos con ellos y las bajadas a tierra lo imprescindible. Esa política redundaba en una disminución de los víveres de las naos y, cerca de Tidore en las islas Molucas, no tuvieron más remedio que hacer parada donde un grupo de nativos les hacían señas para que bajaran. Juan Campos dio un paso al frente ofreciéndose como la persona que se acercara a la costa pues creyó que, si le mataban, mejor para la expedición que muriese un despensero y no un marino.

El alcalaíno agarró un pequeño bote y se acercó solo a la costa. Para alivio de los españoles, los nativos eran cordiales y no violentos. Campos logró comprar a los indígenas el “arroz desgranado” que la tripulación necesitaba. Su vuelta desde el bote a las naos fue un clamor de victoria y un respiro para una sufrida expedición que añadió el hambre a sus desvelos, miedos y angustias.

Por desgracia, el alivio duró poco tiempo. Cuando las naos partieron rumbo a Tidore los portugueses no aceptaron su presencia y apresaron a parte de los españoles para trasladarlos a Malaca, en Indonesia. El transporte se hizo en unas barcazas de juncos que naufragaron. En una de ellas iba Juan Campos, que falleció ahogado un 1 de febrero de 1523, casi dos años después de la muerte de su compañero Francisco Díaz de Madrid.

Las vidas de estos héroes madrileños parecen extinguirse en ese océano pacífico y nada se sabe de si dejaron familia o descendientes que, en la actualidad, puedan reivindicar ser herederos de sus gestas.

Eloy Gonzalo. Nació el 1 de diciembre de 1868 y fue entregado a la Inclusa de la calle Mesón de Paredes, una institución benéfica que acogía a niños abandonados o huérfanos. Al recién nacido lo acompañaba una nota que rezaba así:

Este niño nació a las seis de la mañana. Está sin bautizar y rogamos que le ponga por nombre Eloy Gonzalo García, hijo legítimo de Luisa García, soltera, natural de Peñafiel. Abuelos maternos, Santiago y Vicenta. 

Las monjas de la Inclusa encontraron a una familia de acogida, la del guardia civil Francisco Díaz Reyes, que cuidaron a Eloy en su casa de Chapinería donde éste recibió instrucción primaria. Cuando cumplió los doce años, el patriarca se retiró y con él se fue toda la familia al pueblo de Ávila donde éste había nacido.  Estando allí murió su madre de acogida y Eloy decidió volver a Chapinería, donde sentía estaba su hogar, donde fue acogido por la familia de un tal Fermín Díaz. Con esa familia residió hasta la edad de 21 años en Chapinería dedicado a las labores del campo.

En 1889 Gonzalo se alistó en el Regimiento de Dragones de Lusitania y alcanzó el rango de cabo en tan solo dos años. Poco después todo se complicó. Según registros militares, el joven Eloy fue acusado de amenazar con una pistola a un oficial superior al que descubrió en la cama con su prometida. Gonzalo fue sometido a un consejo de guerra y condenado a doce años de prisión en Valladolid, de los que apenas cumplió dos meses.

En aquel momento las Cortes Generales proclamaron una ley de amnistía para quien, estando preso, quisiera luchar en la guerra de Cuba. Eloy solicitó «limpiar su honra, derramando la sangre por la patria» y en noviembre de 1895 embarcó con destino a La Habana.

En Cuba fue destinado a una guarnición situada en la localidad de Cascorro, muy cerca de Camagüey, en el centro de la isla. Cascorro era un enclave indefendible, y para muchos el Ejército español nunca debería haber intentado conservarlo. Era éste un objetivo muy fácil para los insurrectos cubanos y la guarnición española la formaban solo 170 hombres que tuvieron que hacer frente al ataque de 2.000 efectivos del “Ejército Liberador”.

El 22 de septiembre de 1896 los españoles hicieron frente a un estrecho cerco que duró trece días. El general cubano Calixto García, sabedor de su ventaja, propuso las condiciones para la rendición de la guarnición española, pero los españoles se negaron a aceptarlas. El capitán Neila solicitó entonces un voluntario para llevar a cabo un plan desesperado.

El plan consistía en adentrarse en las líneas enemigas y prender fuego a un bohío cercano a su posición desde la que estaban disparando a la guarnición española. Gonzalo levantó la mano para presentarse voluntario para la misión. Sabedor de su condición de huérfano consideró que su segura muerte afectaría menos a sus pocos seres queridos. Eso sí, sólo puso una condición, pidió que le ataran con una cuerda larga para que, cuando le mataran, sus compañeros pudiesen rescatar su cuerpo sin vida y lo enterraran en su Madrid natal. 

El 5 de octubre, emboscado en la oscuridad de la noche, Gonzalo, con un fusil máuser, una lata de petróleo y unas cerillas como únicas armas se adentró en la posición enemiga para prenderla fuego. Contra todo pronóstico, logró su objetivo y regresó con vida e indemne. La resistencia pudo durar varios días más y Cascorro fue liberada.

Gonzalo se convirtió en un héroe nacional. Le condecoraron y, desde ese momento, participó en muchas otras operaciones más en la región de Matanzas, eliminando varios reductos rebeldes. Eloy Gonzalo falleció el 18 de junio de 1897 en el hospital de Matanzas debido a una dolencia intestinal. Acabó dando su vida allí donde ya era inevitable una dolorosa derrota.

Ángel Sanz Briz. Quizás el nombre no les suene porque es más conocido como el “Schindler español” o el “Ángel de Budapest”. Este madrileño llegó a Budapest en 1942, en plena II Guerra Mundial, y asumiría, como Encargado de Negocios, la jefatura de la misión diplomática española. Allí tuvo que afrontar los difíciles retos que conllevaba gestionar una embajada de un país neutral allí donde la guerra se cebó con los más indefensos.

Los testimonios de quienes vivieron allí y en ese momento son estremecedores. Sobre la población judía se cernía la amenaza de ser deportados a campos de exterminio nazis y Sanz Briz hizo todo lo que estuvo en su mano para salvar cuantos judíos fueran posibles. Basado en un Real Decreto de tiempos de Alfonso XIII, que permitía obtener la ciudadanía española a judíos sefardíes, el embajador comenzó una incesante labor de emisión de pasaportes españoles y salvoconductos a los que lo necesitaran. La embajada española, que el regía, consiguió salvar la vida a más de 5.200 judíos húngaros y procuraba también alojamiento a quienes necesitaran cobijo y protección.

Estos pasaportes españoles, en un principio, se reservaban sólo a los judíos de origen sefardí pero, según iba derivando la persecución a los judíos, se expedían a cuanto judío lo pidiera. En homenaje a su legado, Sanz-Briz cuenta con una placa de recuerdo en su residencia de la calle Velázquez y existe una avenida con su nombre en el distrito de Latina. La Alcaldía de Budapest, por su parte, le dedicó una calle al «Ángel de Budapest» en el distrito III.

Beatriz Galindo La Latina. Fuente: www.tuotrodiario.com

Beatriz Galindo, la Latina

No pretendo aquí escribir una biografía de Doña Beatriz Galindo, sino recordar lo que esta erudita hizo por la ciudad de Madrid. Ella ha sido una de las figuras más importantes en la historia de la ciudad y se le ha reconocido, en la actualidad, dando nombre a uno de los barrios más castizos del Madrid antiguo, a todo un distrito de la capital así como a institutos y colegios de la ciudad y provincia.De ese modo, pasaremos someramente por la primera mitad de su vida, la que la vincula menos con la ciudad, y nos centraremos más en la parte de su vida en la que une sus destinos con la que después sería capital de España.

Doña Beatriz Galindo nació en 1465 en Salamanca. Provenía de una familia zamorana, hidalga pero no muy adinerada, que sin embargo procuró a su hija una muy buena educación. Pronto destacó como una alumna aventajada y asombró su dominio del latín, en aquél entonces ya sólo reservado para los muy eruditos. Ya a los 16 años fascinó con el dominio de esa lengua al mismo claustro de la Universidad salmantina.

Una mujer dedicada a la lectura, al estudio y al latín en el siglo XV, parecía predestinada a la vida conventual. Pero su fama evitó que ingresara en ningún convento pues sus grandes dotes con el latín llegaron a oídos de la reina Isabel I de Castilla que ordenó una entrevista con ella. Fue llevada a la Corte para que la enseñara latín. La reina Isabel siempre pensó que su educación no fue la adecuada pues el que recibió la educación de un príncipe fue su hermano Enrique. Sus enseñanzas de layín no se linitaron a la reina sino también a sus hijas y a otras damas de la Corte.

Allí en la Corte entabló amistad con la Reina, con la que departía a menudo. A la vez que procuraba la mejor educación a las hijas de ésta: Isabel y María, futuras reinas de Portugal, Juana, futura reina de Castilla y Catalina, futura reina de Inglaterra, fue forjando una relación de mutua admiración y respeto con la Reina de Castilla.

Aunque no se ha destacado lo suficiente, el poder de las mujeres en esta corte de Castilla fue fundamental para fomentar el proyecto humanista y alcanzar cambios sociales que transformarían los antiguos usos y costumbres en una nueva sociedad más humanista, como el Renacimiento promovía.

Al tener la mujer de aquel entonces vetado el campo de la política, fueron la instrucción, la cultura, el mecenazgo artístico y religioso los ámbitos de actuación de estas mujeres de la Corte isabelina. Por desgracia, la producción literaria de La Latina se he perdido casi totalmente.

Como muestra de su afecto, la Reina Isabel decidió su boda con Francisco Ramírez de Madrid, conocido como el Artillero. Él era viudo y veinte años mayor que La Latina pero, lo más importante, formaba parte del núcleo de mayor confianza de los Reyes Católicos. De esta manera, la reina unía a dos de sus más fieles apoyos. Francisco ya le era fiel desde su lucha por acceder al trono castellano.

Beatriz recibió 500.000 maravedíes como regalo de boda de la reina Isabel, (1.000.000 maravedíes costó años después la empresa de Magallanes y Elcano). A pesar de haberla casado, Isabel no tenía intención de prescindir de su amiga en la Corte y allí permaneció la mayor parte del tiempo. En algunas ocasiones debía ausentarse de la Corte para residir en Madrid, ya que su marido era regidor de la villa por orden de la Reina y, en su ausencia, debía ocuparse de sus intereses en el Concejo.

Fue en ese momento cuando el Artillero y la Latina decidieron construir un hospital en esta ciudad. A ese menester se dedicaba Beatriz cuando acaeció la muerte de su marido en 1501, en una revuelta mudéjar en las Alpujarras. Tras enviudar, Beatriz Galindo abandonó sus obligaciones cortesanas para establecerse en Madrid con su familia y dedicarse a consolidar su buena situación económica, que emanaba de su proximidad con la Reina y no de ningún alto linaje. Una mujer en sus circunstancias, viuda y con hijos pequeños, tenía que dedicarse a administrar los bienes y asegurarse cierta bonanza económica.

El primogénito de Beatriz fue apadrinado por Fernando el Católico, al que pusieron su nombre, y fue paje del príncipe Juan. Su segundo hijo se llamó Onofre por ser el artillero devoto de este santo que, según él, le había salvado varias veces la vida. Sabemos que también tuvo varias hijas. Beatriz consiguió crear dos mayorazgos, en Bornos y en Rivas, para sus dos hijos (1504), que eran niños cuando murió su padre y de los que ella era tutora. No se volvió a casar para no perder la tutela de sus hijos y luchó con denuedo por que su hijo Fernando heredara el título de regidor de la Villa, lo que le aseguraría ingresos y reconocimiento en la ciudad.

Su condición de viuda le retiró de la vida pública y fue en ese momento cuando vivió la vida apartada que sus padres habían pensado para ella. Una vez fundado el hospital se instaló a vivir allí con sus hijas y otras allegadas, pues era mejor eso que someterse a normas conventuales. De ese modo también vigilaba su correcto funcionamiento. Entonces, los hospitales no eran meros centros sanitarios, ofrecían también una labor asistencial.

Según las instrucciones de fundación del hospital, se trataría allí a personas necesitadas, presos, pobres vergonzantes, caminantes y, sobre todo, a mujeres, niños y a huérfanas a las que se prepararía para el matrimonio. Del Hospital de la Latina no se salía sólo curado o bien nutrido, sino que no se abandonaba hasta que no consiguieran que uno se pudiera ganar la vida honradamente. No contenta con esto, consiguió que todos los que murieran en este lugar gozaran de indulgencia plenaria.

Fue este hospital, que se conocía con el sobrenombre de su fundadora, el motivo por el que llamamos de La Latina al barrio en el que se asentaba. Del edificio no queda nada más que una portada de estilo isabelino, en honor de la Reina Católica, trasladada en tiempos recientes a la Escuela de Arquitectura de Madrid.

Su nueva vida piadosa le llevó a iniciar otras dos fundaciones, gracias a los bienes inmuebles y a las rentas heredadas de su marido. Así, aunque apartada de la Corte, colaboró en la política religiosa de la Reina Católica que estaba orientada a la reforma del clero regular. La recién creada Orden Concepcionista era la preferida por Isabel I y por las mujeres de su entorno.

En unas casas heredadas de su marido, no muy lejos de su hospital, ordenó la construcción de un convento, bajo la advocación de la Concepción, de religiosas jerónimas. Para tal menester la reina le entregó 100.000 maravedíes. Esto derivó en un problema con los franciscanos que en esa zona de la ciudad contaban con mucha influencia por la presencia de su convento, pues no toleraban en las inmediaciones otras monjas que no fueran franciscanas. Por las presiones ejercidas por los franciscanos en el concejo, Beatriz tuvo que llevar a estas monjas a unas casas de su propiedad en el barrio de la Santa Cruz en 1511.

Este contratiempo disgustó a La Latina que no concebía el convento tan alejado de su hospital. Es por eso que en 1512, en las casas que antes ocuparon las monjas jerónimas, fundó otro convento de advocación concepcionista pero, esta vez, con monjas franciscanas. El convento se llamó de la Concepción Francisca.

La creación de conventos estaba dentro de la línea política de la ya fallecida Isabel I que impulsaba el Cardenal Cisneros. Con estos nuevos conventos se pretendía acabar con los beaterios, comunidades femeninas no sometidas a ninguna regla ni a la jerarquía eclesiástica, que se habían multiplicado en las ciudades. La regla concepcionista tenía una mayor semejanza con las formas de vida de las beatas y muchas de ellas acabaron integrándose en estos conventos. Con la fundación de este último convento de la Concepción Francisca se solucionaban varios problemas del Concejo madrileño: se reformó la vida religiosa, se contentaba a los franciscanos  y se dotaba a la villa de un nuevo convento femenino. En este nuevo convento también se hizo preparar la Latina estancias donde poder residir.

Beatriz Galindo residió hasta su muerte en la Villa de Madrid, alternando su estancia en sus tres fundaciones: el hospital y los dos conventos concepcionistas. No obstante, sentía predilección por el convento de la Concepción Jerónima. Prueba de ello fue la decisión de albergar allí el enterramiento de su marido (y el suyo una vez fallecida) y a él legó sus libros de latín.

Beatriz Galindo, aunque no tuvo una base legal para intervenir en la política municipal madrileña, arbitró los medios oportunos para conseguir lo que le convenía en esta villa. Se encargó de que el Concejo de Madrid mejorara el barrio de sus fundaciones: hizo trasladar un muladar que había próximo al hospital y clausurar un cementerio mudéjar que había en las cercanías.

Murió con 70 años, después de que sus dos hijos varones ya hubieran fallecido. En su testamento, Beatriz les perdonó a sus familias todas las deudas que en vida habían contraído con ella. Entregó los mayorazgos de los que disfrutaron sus hijos a sus nietos, entregó una muy buena dote a su nieta primogénita, y procuró los bienes necesarios a sus instituciones para proseguir con su labor religiosa y humanitaria. Las únicas que se quejaron del reparto fueron sus nueras que la acusaron de procurar mayor bonanza económica a sus fundaciones que a la familia de sus propios hijos.

Quiso ser enterrada en la Concepción Jerónima, convento ya desaparecido, pero no con ostentación sino como el resto de religiosas, en el coro bajo del convento. Parece ser que fue una decisión de última hora pues ordenó para su marido y para ella misma dos enterramientos a Diego de Siloé que ahora se encuentran en el monasterio que tienen estas religiosas en Alcobendas. En el Museo de San Isidro de Madrid se pueden contemplar otros dos sepulcros que tampoco fueron ocupados.

 

Escudos de Madrid

Es de sobra conocido que uno de los símbolos de la ciudad de Madrid es el oso y el madroño. Lo cierto es que esto no siempre fue así. El escudo de la ciudad ha pasado por distintos diseños y cada uno de ellos tiene su particular porqué.

El primer escudo que pudo haber tenido la ciudad de Madrid sería difícilmente reconocible por los madrileños contemporáneos. Está datado en algún momento anterior al siglo XIII y aquí no aparece ni oso ni madroño alguno, sino una piedra parcialmente sumergida en agua. A ambos lados de la piedra se aprecian dos chispas que surgen del frote con dos eslabones metálicos. De este modo, el escudo da fe de que la piedra en cuestión es sílex o piedra de pedernal.

Acompaña a tan extraño diseño una cinta a modo de orla con el texto “Sic Gloria Labore” (Esta es la gloria del trabajo) y en el soporte se puede leer “Paratur” que podríamos traducir como “preparada”. Para completar el conjunto consta otra leyenda que reza: “Fui sobre agua edificada – Mis muros de fuego son – Esta es mi insignia y blasón” que sin duda aludía a la presencia de numerosos manantiales en la villa y a la muralla medieval que estaba construida con piedra de pedernal. Hay quienes piensan que este escudo no fue real sino una recreación fantasiosa de la ciudad que hizo Rui González de Clavijo, embajador de Enrique III de Castilla, ante el gran Tamerlán de Samarcanda.

Sabemos que el rey Alfonso VIII concede el “fuero de Madrid” en 1202 y allí se le concede al municipio el disfrute de las tierras desde la villa hasta buena parte de la sierra. Esto pudo ser el desencadenante del escudo que llevaron los soldados madrileños que acompañaron a Alfonso VIII contra la taifa de Murcia en 1211. En este nuevo estandarte ya sí que aparecía un oso, pero no había árbol. Aparecía un oso rojo pasante (sobre cuatro patas) que caminaba sobre un pasto mientras lucía siete estrellas sobre su lomo. Parece que la presencia del pasto aludía a la propiedad de los terrenos entregados por el rey.

Hay bastantes leyendas que justifican que el oso se convirtiera en símbolo de la ciudad. Una de ellas alude al libro de la Montería encargado por Alfonso XI de Castilla donde afirma que Madrid es “un buen emplazamiento para el puerco y el oso”. No obstante, la historia que parece más fiable, y que además justificaría las siete estrellas de su lomo, afirma que los cristianos madrileños, ante la falta de hechos históricos o heroicos en la ciudad, se fijaran en su limpio cielo que permitía, de noche, distinguir sin problema la constelación de siete estrellas que forman el carro o la Osa Mayor. Si admitimos esta explicación como la real no estaríamos ante un oso sino ante una osa.

Yo doy validez a esta hipótesis porque se sabe que Madrid estuvo muy unido a la astronomía ya desde la época de dominación musulmana. El primer madrileño del que se tienen noticias fidedignas fue un musulmán llamado Maslama al Mayriti que vivió en el siglo X cuando Madrid formaba parte del Califato de Córdoba. Era un científico dedicado a las matemáticas y a la observación astronómica y sus avances en estos campos llevaron a la creación de una escuela de matemáticos y astrónomos en esta ciudad en el siglo XI.

Este nuevo diseño no cuajó como emblema de la ciudad. El fuero de Madrid engendró un conflicto entre el Cabildo eclesiástico y el Concejo de Madrid pues no quedó claro qué tierras correspondían a una u otra institución. Hubo veinte años de cuitas y por fin se acordó que la iglesia se apropiara de los pastos y tierras, lo que le garantizaba la ganadería, mientras los pies de árboles se reservaran para el Concejo.

El acuerdo en la distribución de las tierras llevó al Concejo municipal a modificar de nuevo el escudo en 1222. Se incorpora el árbol y se coloca la osa encaramada a él. Dejaba así de manifiesto el derecho del Concejo sobre los bosques, esto es, sobre su leña y sus frutos. Este tercer diseño se envuelve con una orla azul en la que constan las siete estrellas blancas que antes portaba la osa. Por otro lado, el Cabildo eclesiástico mantendría en su enseña el oso pasante sobre un prado, pero ya sin las siete estrellas.

En este nuevo diseño, queda claro que el árbol representado es un madroño pues los frutos rojos que cuelgan de sus ramas parecen atestiguarlo. Pero parece poco probable que este árbol se eligiera por ser abundante en la ciudad. El madroño es un árbol mucho más aclimatado a la zona del mediterráneo donde la climatología le es más propicia. Mi percepción es que la elección del madroño se hizo por el color rojo de sus frutos que, con el fondo verde del follaje del árbol, destacan a simple vista. Sabiendo que el Concejo cambia el escudo para reivindicar su posesión de los frutos del bosque, no me parece descabellado.

Hay quienes justifican la elección del madroño porque sus frutos y hojas servían de remedio contra la peste y la lepra en la Edad Media. Aparecer ante las otras ciudades como lugar donde poder protegerse de esas enfermedades también podría justificar su elección.

Este diseño de la osa y el madroño fue el que, definitivamente, identificó a Madrid hasta el siglo XVI. Las variaciones del mismo eran de orden menor, por ejemplo, en 1544 se le pide al rey Carlos I la merced de portar una corona real en sus armas y le fue concedida. En un primer momento se colocó la corona justo encima de la copa del madroño pero en el siglo XVII la corona abandona la figura central del escudo y se coloca fuera de la orla, en su parte superior. En la orla azul que enmarca el escudo las siete estrellas de distribuyen con tres a ambos lados y la última centrada en el punto inferior.

El año 1842 se decidió que la ciudad adoptase un nuevo blasón. Quizás debido al interés que despertaba en tiempos del Romanticismo todo lo relacionado con la Edad Media y los tiempos pasados, se decide añadir al escudo un símbolo de la ciudad que, en su momento, se decidió no tener en cuenta.

Según López de Hoyos, en junio de 1569, ocho años después de que Felipe II decidiera que la villa fuera residencia permanente de la corte, apareció durante el derribo de la cerca medieval un sillar de piedra berroqueña en la que estaba labrado un fiero dragón como el que solían lucir en la antigüedad las banderas de los griegos.

Este sillar se encontraría en una zona superior de la muralla, no muy lejos de Puerta Cerrada. El hecho en sí ponía el foco en la desconocida antigüedad y nobleza de la villa de Madrid. De este modo se refrendaría la decisión real, pues tan noble pasado bien merecería la consideración del monarca como ciudad elegida por la corte.

Se decidió, por tanto, que el escudo municipal también se hiciera eco de este hecho y se decide dividir el escudo en tres campos: uno con el oso y el madroño, otro con un grifo (especie de dragón con cuerpo de león y alas de águila) y, en la parte inferior, una corona cívica con hojas de roble concedida a la ciudad en 1822. La corona real se mantendría sobre el conjunto como en el diseño previo pero ocupando, esta vez, todo el ancho del escudo.

Esta insignia se usó hasta la llegada del siglo XX en el que se vuelve al emblema simple del oso y el madroño como antes de la anterior variante. Sólo se producen dos cambios mínimos en 1967: la corona superior se aplana y ocupa todo el ancho y la séptima estrella pasa de la parte inferior a la superior.

En el siglo XXI se decide hacer del escudo la imagen corporativa del ayuntamiento. Junto al escudo monocromo en blanco sobre fondo azul aparece la palabra MADRID o ¡MADRID! cuando se trata de fines turísticos

Es interesante hacer un recorrido por el Madrid histórico viendo las diferentes variantes de este escudo. Son de destacar los escudos labrados en piedra de la antigua Casa del Pastor en la calle Segovia o el de la fuente de la Plaza de la Provincia junto a la Plaza Mayor. De igual modo, si alguien tiene la oportunidad de acceder, es meritorio el escudo del siglo XIX representado en la vidriera que cubre el Patio de Cristales de la Antigua Casa de la Villa de Madrid.

En cuanto a la escultura del oso y el madroño que aún se aprecia en la Puerta del Sol, baste con decir que fue inaugurada un 10 de enero de 1967 y es obra del escultor Antonio Navarro Santafé. La estatua se erigió en el lugar que ocupa en la actualidad pero entre 1986 y 2009 se situó al comienzo de la calle del Carmen debido a las obras que bajo la alcaldía de Tierno Galván se acometieron en la plaza. La congestión de la citada calle recomendó que la estatua volviera a su localización actual.

Es habitual ver a quienes se dejan hacer fotos junto a la osa y el madroño y, extrañamente, en los últimos años hay quienes se fotografían tocando una de la patas del oso que, por el roce, aparece con otro color que el resto del bronce de la escultura. He oído decir que es una forma de asegurarse volver a Madrid en un futuro así como lo es volver a Roma si lanzas monedas a la Fontana de Trevi. Cosas veredes amigo Sancho…

Madrid y el reino armenio de Cilicia

Madrid, capital de dos reinos

Madrid parece ser la única ciudad que ha sido capital de dos reinos distintos: Cilicia en el s.XIV y España desde 1561.

Se dice que al español no le gusta aparentar ni presumir sobremanera. No sé si puede aplicar a cualquier español pero sí que está claro que se le puede aplicar, al menos, a la capital de España. Madrid es la ciudad que menos se promociona o vende sus logros. Para muestra este botón. Si preguntáramos por Madrid quién conoce de la siguiente historia, veríamos que pocos han oído hablar de ella. El desconocimiento generalizado de este hecho es el mejor ejemplo de lo abandonado que tenemos nuestra historia o, mejor dicho, de cuánto desconocemos de nosotros mismos.

Y no deja de ser sorprendente que, la capital de un reino que nunca la tuvo, no contenta con serlo, fuera anteriormente la capital de otro reino remoto y no lo proclame a los cuatro vientos. Si esto hubiera sucedido en cualquier capital europea, tendríamos libros, óperas, obras de teatro, películas y hasta series. Sin embargo, en España es tan habitual rechazar nuestra historia por estúpidos complejos, que ni los propios madrileños saben de lo que aquí se va a hablar.

En los reinos medievales se consideraba capital a la ciudad donde residía la Corte. Castilla no tenía una capital fija, la Corte era nómada como consecuencia de la guerra contra los musulmanes y las luchas internas de poder.

La itinerancia cortesana tiene varias razones de ser. La razón práctica era de índole económica, pues las dificultades de aprovisionamiento obligaban a las Cortes, llevados por la necesidad de abastecerse, a protagonizar continuos desplazamientos. La razón lógica, en cambio, era que la itinerancia permitía que el rey se hiciera presente en cualquier confín de su reino, con lo que esto implicaba. Así el poder del rey se hacía visible y eso era fundamental en una sociedad feudal donde el poder del soberano no podía ser ensombrecido por noble alguno.

Castilla permaneció sin una corte estable durante todo el medievo y, ya en el siglo XVI, Carlos I quiso continuar con una corte itinerante que le permitía hacer presente su poder allí donde hiciera falta. Madrid se convierte en sede permanente de la Corte por decisión de Felipe II en 1561 cuando ya se ha pacificado la Península y el poder real no se veía amenazado por la nobleza. Pero esta no fue la primera vez que Madrid se erige en capital. Ya en el siglo XIV Madrid se convirtió en la sede de la Corte de otro país cristiano: El reino armenio de Cilicia o la “Pequeña Armenia”.

Este remoto país, independiente de 1078 a 1375, es el resultado de la ocupación de Armenia por la invasión selyúcida (túrquico-persa). Al igual que los nobles visigodos que no aceptaron convertirse al Islam se refugiaron en el norte de la península, los armenios se refugiaron en el sur, a orillas del mediterráneo.

Éstos armenios contaron con el apoyo de los cruzados francos durante la primera cruzada, que defendieron su territorio del ataque de los turcos. Cilicia se convirtió así en un bastión cristiano rodeado de enemigos musulmanes y siempre prestó su apoyo a los posteriores cruzados que utilizaron Cilicia como puerto seguro y lugar de aprovisionamiento.

En el año 1374, un recién coronado León V de Cilicia (para otros llamado León VI), de la casa francesa de los Lusignan, tuvo que defender su capital, Sis, del ataque de los mamelucos (esclavos guerreros islamizados) que contaban con un ejército mucho más poderoso. León V tuvo que rendirse en 1375 y fue llevado preso a El Cairo donde permaneció varios años.

Durante ese tiempo León pidió por carta a los reyes cristianos europeos que intercedieran por él para lograr la libertad, pero ninguno de sus aliados cruzados consideró siquiera contactar al sultán de Babilonia que lo tenía preso. Sin embargo, al llegar esta noticia a los oídos del rey Juan I de Castilla, por medio de un franciscano secretario y confesor suyo, el rey castellano lo envía de vuelta a Babilonia con una carta y regalos para el sultán con el deseo de que lo enviado resultara suficiente para obtener la libertad del finado.

El sultán se siente complacido por los regalos del rey castellano y libera al rey cilicio. León V agradece a su libertador el gesto viajando a Castilla. Previamente pasó por Avignon para recibir la rosa de oro de manos del Papa Clemente VII y visita la tumba en Barcelona de María de Chipre, una Lusignan casada con Jaime II de Aragón. Recién llegado a Castilla actúa de testigo en la boda de Juan I con doña Beatriz de Portugal en la catedral de Badajoz en agosto de 1384.

El rey castellano, no contento con lo ya hecho por este derrocado rey, le nombra además señor de Madrid, Guadalajara, Andújar y Villareal (Ciudad Real) “para que siguiese ejerciendo de rey” y le asigna una renta anual de 150.000 maravedíes.

A León le gustó especialmente la villa de Madrid y se establece aquí como lugar donde organizar su particular “reconquista”, haciendo de la ciudad su “capital en el exilio”. Sin embargo, a los madrileños no les agradece ser “de facto”, vasallos de un rey extranjero y desconocido. Los nobles madrileños se quejan ante Juan I pues entendían que una ciudad de realengo, como Madrid, no podía ser regalada por el soberano. Ante las quejas de los señores de Madrid, Juan I les promete que, tras la muerte del León V de Armenia, Madrid volvería a ser parte de la Corona de Castilla y nunca más volvería a ser enajenada.

Ante este hecho, el armenio trató de ganarse a los madrileños manteniendo sus privilegios y bajando impuestos. Reconstruye dos torres deterioradas del Alcázar y se instala en él como corresponde al señor de la ciudad. No obstante, sabiendo que estas posesiones no podrían ser transmitidas a sus herederos, abandona la ciudad e inicia una gira europea para solicitar apoyos a otros reyes de la cristiandad.

Juan I de Castilla fallece y es enterrado en Toledo en febrero de 1391 y se sabe de la presencia en su entierro del rey armenio que lo tenía en gran estima. Enrique III de Castilla comenzaba su reinado con sólo once años y los madrileños consiguen de él la revocación de la condición de la Villa que vuelve a pasar de nuevo a manos reales castellanas. De este modo acabó un periplo de ocho años en los que la pequeña villa de Madrid fue la capital de un exótico reino al este del Mare Nostrum.

León V fallece en París el 29 de noviembre de 1393 adonde acudió con la esperanza de que Carlos VI de Francia le ayudara en su empresa. En cambio, sólo obtuvo de él promesas vagas (Francia estaba en plena guerra de los cien años con Inglaterra) y un castillo en Saint-Ouen con rentas para sus gastos que sumó a las que seguía percibiendo de Castilla. Hasta el final de sus días tuvo como objetivo la recuperación de su reino y se ofrece como mediador entre franceses e ingleses en su guerra que pretendía finalizar mediante una cruzada conjunta para recuperar su territorio. La empresa fracasó y sus restos fueron enterrados en el convento de los agustinos en París. Sus restos desparecieron durante la revolución francesa y sólo nos queda de él una lápida en la basílica de Saint-Denis.

Este periplo madrileño no hay que verlo como mera anécdota sino que, en mi opinión, es el hecho definitivo para que los señores de Madrid se dieran cuenta de lo importante que era contar con la presencia física del rey en la villa. Se puede deducir que, es a partir de esta “afrenta” a los señores de la ciudad, que se establecen los cimientos para que Madrid acabara siendo sede de la corte de Felipe II. Pero eso ya lo abordaremos en la siguiente entrada del blog.

En el siguiente link puedes ver cómo tratamos este asunto en nuestro programa «Panorama de Madrid» que se emitió en Decisión Radio el 10/1/2022.

La Leyenda Negra en la conquista de América

Con nuestra visita guiada Bulos de la Leyenda Negra ha quedado constatado el interés que, ya era hora, suscita la leyenda española entre las víctimas de la misma: los propios españoles.

Es por eso que ampliamos la oferta de visitas guiadas para profundizar en tan importante asunto. Nuestra nueva visita Bulos de la Leyenda Negra. Parte II  se adentra en los aspectos de la Leyenda Negra que en los últimos años se están aireando desde ciertos ámbitos de la sociedad española para vituperar la actuación de España en América.

La visita comienza, como no, desde los Jardines del Descubrimiento junto a la Plaza de Colón. Allí explicaremos de dónde viene el movimiento indigenista, en qué ha derivado y qué se nos oculta sistemáticamente de las civilizaciones precolombinas. Intentaremos comprender lo que significó el Descubrimiento en la sociedad de la época y justificaremos que el 12 de Octubre de 1492 no es ninguna fecha de la que avergonzarnos sino, al contrario, la fecha de la llegada de la Civilización a América.

La visita girará en torno a tres personajes que protagonizaron la gesta del descubrimiento: Cristóbal Colón, Isabel I de Castilla y Hernán Cortés. Trataremos su participación en la gesta del descubrimiento, poblamiento y pacificación de América. Sin ocultar las sombras, que las hubo, de los primeros años tras el descubrimiento, pondremos el foco en las mucho más numerosas luces de la actuación de España. La tarea de incorporar América a la Historia universal supuso avance intelectual y humanístico sin igual que se materializaron en las Leyes de Indias y la inteligente estrategia de Hernán Cortés para someter al sanguinario Imperio Azteca.

Lo que supuso el Imperio español para el devenir mundial sólo puede comprenderse mediante la comparación con las colonias portuguesas, inglesas, holandesas o francesas. En este paseo tendremos también tiempo para analizar la actuación de esos países y descubrir que, lejos de ser el azote de los nativos, fuimos los únicos defensores de sus derechos.

Desde la América anglosajona se ha avivado también la hoguera de la Leyenda Negra. Con esta visita aprenderemos por qué, cómo y cuándo lo hicieron. Revisaremos hechos históricos como las guerras de independencia americana. Analizaremos quiénes motivan, apoyan y promocionan la segregación de la América española en pequeños estados desunidos que quebraron la paz que durante siglo procuraron los españoles y, para acabar, trataremos la figura de Simón Bolívar, vecino de esta villa al principio del siglo XIX, que se casó en el barrio de Chueca antes de convertirse en el «libertador» apoyado por la masonería.

En definitiva, durante dos horas hablaremos de América, lo que allí hicimos y el legado que dejamos. Intentaremos entender, y no descontextualizar, los hechos que protagonizamos como nación y cada uno sacará sus conclusiones. Todo esto lo haremos mientras disfrutamos de las calles de los Barrios de Salesas Reales y Chueca, de los más elegantes de la ciudad, y de Malasaña, sin duda el barrio más animado de Madrid en fin de semana. Si lo que aquí ha leído le interesa y desea contar con argumentos irrefutables para confrontar a quienes menosprecian la labor de España en América, cuente con nosotros.

Bulos de la Leyenda Negra

Panoramad presenta una nueva manera de mirar a nuestra historia en forma de visita guiada. Nuestro empeño de ofrecer siempre algo distinto nos ha llevado a elaborar una nueva visita con la que nos alejamos de los parámetros habituales. Durante aproximadamente dos horas nos adentraremos en el barrio de las letras y el Madrid de los Austrias con unos nuevos ojos.
Esta vez descubrimos en nuestra ciudad aquellos escenarios donde se forjó nuestra identidad. Con la perspectiva que da el paso de los siglos y con espíritu crítico y constructivo, hablaremos acerca de lo que en estos rincones pasó y cómo lo interpretaron quienes de España sólo querían aprovecharse.
Sin escatimar datos, hechos comprobados y comparaciones desapasionadas con las otras naciones en su época pondremos en contexto todo lo que se nos ha achacado como nación. Intentaremos comprender el origen de las críticas y el porqué de las mismas.
Sólo es posible llegar a la objetividad analizando la historia en su conjunto y contexto. Huiremos de desafortunados moralismos que tratan de enjuiciar hechos pasados con la mentalidad actual. Trataremos el equilibrio de fuerzas entre distintos imperios y la propaganda utilizada para minar al adversario y, cómo no, identificaremos a aquellos adversarios que tanto entonces, como ahora, se benefician de la leyenda negra para lograr sus objetivos.
Vivimos una época de continuo revisionismo histórico. Todos aceptamos que la Historia la escriben los ganadores y que éstos suelen justificar sus excesos mediante la demonización del enemigo abatido, pero pocas veces sabemos discernir qué de lo que hemos aprendido corresponde a la realidad y qué a la leyenda.
La aparente intangibilidad de hechos pasados lleva a la creación de lecturas alternativas de la historia y, en el caso español, así como existe la leyenda negra es obvio la creación de una leyenda áurea alternativa que no es el objetivo de esta visita. Con la máxima objetividad posible comprenderemos que se puede desenmascarar una mentira simplemente con la verdad objetiva, sin exageraciones.
Si desea salir de la monotonía con una interesante e instructiva visita guiada al aire libre, cuente con nosotros.