Escudos de Madrid

Es de sobra conocido que uno de los símbolos de la ciudad de Madrid es el oso y el madroño. Lo cierto es que esto no siempre fue así. El escudo de la ciudad ha pasado por distintos diseños y cada uno de ellos tiene su particular porqué.

El primer escudo que pudo haber tenido la ciudad de Madrid sería difícilmente reconocible por los madrileños contemporáneos. Está datado en algún momento anterior al siglo XIII y aquí no aparece ni oso ni madroño alguno, sino una piedra parcialmente sumergida en agua. A ambos lados de la piedra se aprecian dos chispas que surgen del frote con dos eslabones metálicos. De este modo, el escudo da fe de que la piedra en cuestión es sílex o piedra de pedernal.

Acompaña a tan extraño diseño una cinta a modo de orla con el texto “Sic Gloria Labore” (Esta es la gloria del trabajo) y en el soporte se puede leer “Paratur” que podríamos traducir como “preparada”. Para completar el conjunto consta otra leyenda que reza: “Fui sobre agua edificada – Mis muros de fuego son – Esta es mi insignia y blasón” que sin duda aludía a la presencia de numerosos manantiales en la villa y a la muralla medieval que estaba construida con piedra de pedernal. Hay quienes piensan que este escudo no fue real sino una recreación fantasiosa de la ciudad que hizo Rui González de Clavijo, embajador de Enrique III de Castilla, ante el gran Tamerlán de Samarcanda.

Sabemos que el rey Alfonso VIII concede el “fuero de Madrid” en 1202 y allí se le concede al municipio el disfrute de las tierras desde la villa hasta buena parte de la sierra. Esto pudo ser el desencadenante del escudo que llevaron los soldados madrileños que acompañaron a Alfonso VIII contra la taifa de Murcia en 1211. En este nuevo estandarte ya sí que aparecía un oso, pero no había árbol. Aparecía un oso rojo pasante (sobre cuatro patas) que caminaba sobre un pasto mientras lucía siete estrellas sobre su lomo. Parece que la presencia del pasto aludía a la propiedad de los terrenos entregados por el rey.

Hay bastantes leyendas que justifican que el oso se convirtiera en símbolo de la ciudad. Una de ellas alude al libro de la Montería encargado por Alfonso XI de Castilla donde afirma que Madrid es “un buen emplazamiento para el puerco y el oso”. No obstante, la historia que parece más fiable, y que además justificaría las siete estrellas de su lomo, afirma que los cristianos madrileños, ante la falta de hechos históricos o heroicos en la ciudad, se fijaran en su limpio cielo que permitía, de noche, distinguir sin problema la constelación de siete estrellas que forman el carro o la Osa Mayor. Si admitimos esta explicación como la real no estaríamos ante un oso sino ante una osa.

Yo doy validez a esta hipótesis porque se sabe que Madrid estuvo muy unido a la astronomía ya desde la época de dominación musulmana. El primer madrileño del que se tienen noticias fidedignas fue un musulmán llamado Maslama al Mayriti que vivió en el siglo X cuando Madrid formaba parte del Califato de Córdoba. Era un científico dedicado a las matemáticas y a la observación astronómica y sus avances en estos campos llevaron a la creación de una escuela de matemáticos y astrónomos en esta ciudad en el siglo XI.

Este nuevo diseño no cuajó como emblema de la ciudad. El fuero de Madrid engendró un conflicto entre el Cabildo eclesiástico y el Concejo de Madrid pues no quedó claro qué tierras correspondían a una u otra institución. Hubo veinte años de cuitas y por fin se acordó que la iglesia se apropiara de los pastos y tierras, lo que le garantizaba la ganadería, mientras los pies de árboles se reservaran para el Concejo.

El acuerdo en la distribución de las tierras llevó al Concejo municipal a modificar de nuevo el escudo en 1222. Se incorpora el árbol y se coloca la osa encaramada a él. Dejaba así de manifiesto el derecho del Concejo sobre los bosques, esto es, sobre su leña y sus frutos. Este tercer diseño se envuelve con una orla azul en la que constan las siete estrellas blancas que antes portaba la osa. Por otro lado, el Cabildo eclesiástico mantendría en su enseña el oso pasante sobre un prado, pero ya sin las siete estrellas.

En este nuevo diseño, queda claro que el árbol representado es un madroño pues los frutos rojos que cuelgan de sus ramas parecen atestiguarlo. Pero parece poco probable que este árbol se eligiera por ser abundante en la ciudad. El madroño es un árbol mucho más aclimatado a la zona del mediterráneo donde la climatología le es más propicia. Mi percepción es que la elección del madroño se hizo por el color rojo de sus frutos que, con el fondo verde del follaje del árbol, destacan a simple vista. Sabiendo que el Concejo cambia el escudo para reivindicar su posesión de los frutos del bosque, no me parece descabellado.

Hay quienes justifican la elección del madroño porque sus frutos y hojas servían de remedio contra la peste y la lepra en la Edad Media. Aparecer ante las otras ciudades como lugar donde poder protegerse de esas enfermedades también podría justificar su elección.

Este diseño de la osa y el madroño fue el que, definitivamente, identificó a Madrid hasta el siglo XVI. Las variaciones del mismo eran de orden menor, por ejemplo, en 1544 se le pide al rey Carlos I la merced de portar una corona real en sus armas y le fue concedida. En un primer momento se colocó la corona justo encima de la copa del madroño pero en el siglo XVII la corona abandona la figura central del escudo y se coloca fuera de la orla, en su parte superior. En la orla azul que enmarca el escudo las siete estrellas de distribuyen con tres a ambos lados y la última centrada en el punto inferior.

El año 1842 se decidió que la ciudad adoptase un nuevo blasón. Quizás debido al interés que despertaba en tiempos del Romanticismo todo lo relacionado con la Edad Media y los tiempos pasados, se decide añadir al escudo un símbolo de la ciudad que, en su momento, se decidió no tener en cuenta.

Según López de Hoyos, en junio de 1569, ocho años después de que Felipe II decidiera que la villa fuera residencia permanente de la corte, apareció durante el derribo de la cerca medieval un sillar de piedra berroqueña en la que estaba labrado un fiero dragón como el que solían lucir en la antigüedad las banderas de los griegos.

Este sillar se encontraría en una zona superior de la muralla, no muy lejos de Puerta Cerrada. El hecho en sí ponía el foco en la desconocida antigüedad y nobleza de la villa de Madrid. De este modo se refrendaría la decisión real, pues tan noble pasado bien merecería la consideración del monarca como ciudad elegida por la corte.

Se decidió, por tanto, que el escudo municipal también se hiciera eco de este hecho y se decide dividir el escudo en tres campos: uno con el oso y el madroño, otro con un grifo (especie de dragón con cuerpo de león y alas de águila) y, en la parte inferior, una corona cívica con hojas de roble concedida a la ciudad en 1822. La corona real se mantendría sobre el conjunto como en el diseño previo pero ocupando, esta vez, todo el ancho del escudo.

Esta insignia se usó hasta la llegada del siglo XX en el que se vuelve al emblema simple del oso y el madroño como antes de la anterior variante. Sólo se producen dos cambios mínimos en 1967: la corona superior se aplana y ocupa todo el ancho y la séptima estrella pasa de la parte inferior a la superior.

En el siglo XXI se decide hacer del escudo la imagen corporativa del ayuntamiento. Junto al escudo monocromo en blanco sobre fondo azul aparece la palabra MADRID o ¡MADRID! cuando se trata de fines turísticos

Es interesante hacer un recorrido por el Madrid histórico viendo las diferentes variantes de este escudo. Son de destacar los escudos labrados en piedra de la antigua Casa del Pastor en la calle Segovia o el de la fuente de la Plaza de la Provincia junto a la Plaza Mayor. De igual modo, si alguien tiene la oportunidad de acceder, es meritorio el escudo del siglo XIX representado en la vidriera que cubre el Patio de Cristales de la Antigua Casa de la Villa de Madrid.

En cuanto a la escultura del oso y el madroño que aún se aprecia en la Puerta del Sol, baste con decir que fue inaugurada un 10 de enero de 1967 y es obra del escultor Antonio Navarro Santafé. La estatua se erigió en el lugar que ocupa en la actualidad pero entre 1986 y 2009 se situó al comienzo de la calle del Carmen debido a las obras que bajo la alcaldía de Tierno Galván se acometieron en la plaza. La congestión de la citada calle recomendó que la estatua volviera a su localización actual.

Es habitual ver a quienes se dejan hacer fotos junto a la osa y el madroño y, extrañamente, en los últimos años hay quienes se fotografían tocando una de la patas del oso que, por el roce, aparece con otro color que el resto del bronce de la escultura. He oído decir que es una forma de asegurarse volver a Madrid en un futuro así como lo es volver a Roma si lanzas monedas a la Fontana de Trevi. Cosas veredes amigo Sancho…