Discurso Besteiro y Casado 5/3/1939. Fuente: el confidencial

Guerra Civil. La caída de Madrid

El 28 de Marzo de 1939 se dio final al sitio que sufrió la capital desde noviembre del 36. Acababa así el sitio de Madrid, el más largo de toda la guerra.

Durante toda la guerra civil la ciudad pasó por distintas situaciones y vicisitudes. El único rasgo persistente fue el dolor y el sufrimiento que fue variando de intensidad y de “acera política” según se fue desarrollando la contienda.

La noticia del alzamiento del General Mola y de Francisco Franco, entre otros, el 17 de Julio de 1936 fue recibida en Madrid con cierta desafección. La ciudad estaba de veraneo y permanecía ajena a lo que el día 18 de Julio publicaban los periódicos. Pero todo cambió ese día 18 cuando se produjo la entrega de armas a la población civil a través de las organizaciones sindicales, políticas, ateneos, etc. del Frente Popular. La vida no volverá a ser como la de antes y los llamamientos por radio de La Pasionaria encendían los sentimientos antifascistas llamando a la defensa de la República con su lema “No pasarán”.

La toma del Cuartel de la Montaña, alzado por el General Fanjul el día 20 de Julio, significó el fracaso del alzamiento nacional en Madrid y, junto con el fracaso del General Goded en Barcelona, supuso el definitivo abandono del plan inicial de los sublevados de alcanzar un cambio de gobierno rápido y poco cruento. Este éxito republicano en la capital se vendió propagandísticamente como un nuevo 2 de mayo donde el pueblo de Madrid paró los pies al invasor.

Los días posteriores fueron fatales para los “desafectos” a la República. Las milicias armadas de los partidos del Frente Popular, junto a los excarcelados tras el alzamiento (muchos de ellos participantes del golpe de Estado del 34) se constituyeron en los mimbres del Frente Popular para acabar con todos aquellos que mostraran inclinaciones católicas, monárquicas o “facciosas”. Se asesinó al 30% de los guardias de la policía municipal y se organizó la seguridad en torna a unas Chekas, creadas ex profeso y centralizadas bajo la dirección del masón Manuel Muñoz Martínez, director general de Seguridad. Se crearon 345 chekas en la capital, 4 por km2, y destacaron sobre todas ellas la de Bellas Artes (luego de Fomento) y la de la DGS en la Casa de Correos de la Puerta del Sol. El resultado de esta primera represión de retaguardia, de Agosto a Octubre de 1936, se cuantifica en 1823 asesinados por “paseíllos”, a un ritmo de unos 25 asesinados al día.

El 6 de noviembre de 1936 las cuatro columnas atacantes de ejército sublevado, las de CastejónAsensioBarrónTella ya se encuentran a apenas 7 km. de la Puerta del Sol. Ya había liberado el general Varela el alcázar de Toledo y la moral de los sublevados estaba en un punto álgido. Además, el gobierno republicano decide abandonar la ciudad y dirigirse a Valencia. Al general republicano José Miaja se le nombra jefe de la Junta General de Defensa de Madrid y se le ordena resistir a toda costa para que los sublevados no tomaran la capital. Con el gobierno republicano exiliado y la ciudad prácticamente asediada, la represión de retaguardia se intensifica contra los llamados “quintacolumnistas”, supuestos agentes de apoyo de los sublevados en la capital. Se planifica, ya de manera soviética, las grandes matanzas de presos sin juicio previo ni control alguno. Santiago Carrillo, al frente de la Consejería de orden público, no hizo nada por evitar las matanzas de miles de personas en Paracuellos y Torrejón. Antes de todo eso, a finales de Octubre de 1936, ya se había producido la matanza en el cementerio de Aravaca, en la que fueron asesinados, entre otros, Ramiro de Maestu y Ramiro Ledesma.

El asalto del ejército de Varela a Madrid se decide el 8 de noviembre de 1936 y no resulta como fue planeado. Tras varias maniobras de despiste en el entorno del Puente de Toledo, las órdenes secretas del ataque verdadero caen en manos republicanas cuando un tanquista sublevado cae en manos enemigas. Los republicanos llevaban días protegiendo la zona del Puente y la calle de Toledo pues creían que por ahí vendría la ofensiva. Pero los sublevados decidieron atacar definitivamente en otra zona, más al oeste. La maniobra nacional de distracción no funcionó y se establece la batalla más cruenta de las vividas en la capital en la zona de la Casa de Campo, el río Manzanares y la Ciudad Universitaria. Se luchaba por cada edificio de la Ciudad Universitaria y el hospital Clínico se convierte en el epicentro de una lucha donde ambos ejércitos pelean hasta la extenuación. La muerte de Buenaventura Durruti el 20 de noviembre y la desmoralización de los anarquistas llevaron a que los nacionales ocuparan el disputado edificio. El mando nacional, con Mola, Franco y Varela al frente decide el día 23 un cambio de estrategia abandonando el ataque frontal y ordenando la estabilización de un frente de ataque que quedó fijo hasta el final mismo del asedio. Comenzaba así la guerra de desgaste.

A partir de finales de noviembre de 1936 se empiezan a hacer habituales los ataques de artillería desde el Cerro Garabitas, ocupado por los nacionales durante esta ofensiva, y los bombardeos de la aviación alemana e italiana que apoyaban a los sublevados. Estos bombardeos, y las víctimas civiles que causaban, provocaron asaltos a cárceles, como la de Guadalajara, donde fueron asesinados todos los presos y, si no fuera por la mediación de Don Melchor Rodríguez, anarquista apodado el Ángel Rojo, muchos más hubieran sido asesinados en la cárcel de Alcalá de Henares.

Desde ese noviembre de 1936 hasta marzo de 1937, la batalla de Madrid ya no tendrá lugar como tal en la misma ciudad sino en los alrededores. Los sublevados intentan aislarla por el noroeste, en las tres batallas de la carretera de la Coruña, y por el este, en la batalla del Jarama. Todos esos intentos resultan infructuosos y los republicanos repelen todos los ataques. El ejército de Franco decide concentrarse en el norte de la península que aún permanecía leal a la República y reserva para Madrid las tropas necesarias para mantener el asedio.

Ya desde Abril de 1937 se puede hablar de un largo asedio de la ciudad que no cesa ni un solo instante. Sólo en julio de ese año se produjo una nueva batalla, la de Brunete, con la que los republicanos intentaban ganar tiempo en el frente norte rodeando a las tropas nacionales apostadas junto a la ciudad. El plan republicano no salió según lo planeado, pues ni consiguieron debilitar la presencia nacional en el frente norte ni en el asedio de Madrid.

Cuando el frente norte cae en manos del ejército nacional en octubre del 37, siguen siendo frecuentes los bombardeos en Madrid. Pese a esporádicos ataques republicanos intentando recuperar el Cerro Garabitas, la norma general es el sometimiento de Madrid a la artillería nacional. El hambre ya era generalizado, los refugiados se amontonaban en los soportales de la plaza mayor protegidos por sacos terreros, se acababa el carbón y las cartillas y boletos de racionamiento ya no dispensaban ni lo mínimo que, se supone, garantizaba a la población sitiada. En este momento Franco pretende hacer un ataque definitivo aculando más tropas cerca de la capital pero los republicanos pretenden distraer este ataque con otro, en Teruel. Al concentrarse de nuevo las hostilidades en otro frente lejano a la capital, la ciudad sigue languideciendo bajo las bombas en un periodo en el que la hambrienta población sólo puede recurrir al mercado negro para abastecerse de lo mínimo.

Ya a comienzos de 1939 la moral de las tropas defensoras de la ciudad estaba por los suelos debido al devenir de la guerra y al escaso racionamiento que llevaba meses minando su resistencia. Una vez cae Cataluña, ya es evidente que la República tenía la guerra perdida y en la defensa se advierte absurda la política defendida por Negrín y los comunistas de alargar la guerra lo máximo posible. En su fuero interno albergaban la idea de que se produjera la posterior guerra mundial que les permitiera la llegada de refuerzos “antifascistas”.

Este descontento se personifica en Segismundo Casado, en ese momento comandante del Ejército del Centro republicano, ferviente anticomunista que denunció con insistencia la influencia comunista en el ejército. Ya tras la Batalla del Ebro se había acercado a miembros de la quinta columna franquista de Madrid para establecer los primeros contactos para la obtención de una «paz honrosa» con Franco.

La conspiración de Casado contra el gobierno de Negrín se materializó en un golpe de estado entre el 5 y el 6 de marzo de 1939. Con él se sublevaron otros militares como el general José Miaja, que poco tiempo antes era partidario de la defensa a ultranza, o el anarquista Cipriano Mera. En el golpe también participaron políticos como Julián Besteiro (cabeza visible de la sección «antinegrinista» del PSOE) así como anarquistas y republicanos no comunistas.

Esta sublevación prosperó en Madrid, y en la zona centro-sur, pero no fue un camino de rosas. El golpe de Casado movió a la reacción a las tropas fieles a los mandos comunistas en Madrid, capitaneado por Luis Barceló Jover. La ciudad se convirtió en escenario de otra nueva guerra civil republicana dentro de la guerra civil. Los combates entre los dos bandos se extendieron por la ciudad durante el 6 y 8 de marzo. Sólo la llegada de refuerzos casadistas al mando, entre otros, de Cipriano Mera, inclina la balanza y Luis Barceló fue fusilado el 15 de marzo acabándose así con toda disensión comunista.

Los agentes del Generalísimo le habían hecho llegar a Casado vagas promesas de una paz honrosa y negociada, pero Franco no admitía negociación alguna sino una rendición incondicional. Aun así, el 19 de marzo Franco aceptó recibir a los enviados republicanos de Casado y éste envió el día 23 al teniente coronel Garijo y el comandante Ortega a Burgos. Su objetivo era que, si el ejército sublevado no aceptaba sus condiciones de paz, por lo menos garantizara la ausencia de represalias.

Pero Franco no estaba por la labor. Desde que Gran Bretaña y Francia habían reconocido su régimen y, tras su aplastante victoria en Cataluña, se habían reducido las posibilidades del bando republicano para exigir nada. De hecho, ya el 8 de febrero de 1939 el «Generalísimo» había dictado en Burgos la Ley de Responsabilidades Políticas. En ella se condenaba de antemano, y de modo retroactivo, a quien hubiera apoyado activamente la Segunda República Española desde el 1 de octubre de 1934 como civil o como militar. Esta ley le daba a Franco un poder absoluto y discrecional y no quería caer en errores pasados de compromiso entre militares de última hora, al estilo del abrazo de Vergara, que diera legitimación a los republicanos para formar oposición a su autoridad absoluta como nuevo “Caudillo”.

La rendición de Madrid se produjo el 28 de marzo de 1939 cuando a la ofensiva final no se le opuso resistencia alguna en Madrid. Al coronel Casado, y al resto de miembros del Consejo Nacional de Defensa, se les permitió escapar camino al puerto de Gandía donde les esperaba un buque inglés que les llevaría al exilio. Julián Besteiro, por el contrario, decidió quedarse en Madrid, nombrando al anarquista Melchor Rodríguez alcalde de Madrid para rendir la ciudad sin altercados. Ambos, Besteiro y Rodríguez fueron sometidos a consejos de guerra y condenados, a cadena perpetua el primero y a 20 años de prisión el segundo. Besteiro murió en 1940 en una cárcel de Carmona y el Ángel Rojo, abandonó la cárcel en 1944 y falleció en 1972 donde tanto anarquistas como falangistas monárquicos acudieron a su funeral a mostrarle su respeto. Valga este escrito para agradecer a ambos lo hecho por el sentido común y la concordia en esos momentos convulsos en España.