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Flores del almendro en Quinta de los molinos. Igsanper

Quinta de los Molinos

El autor: Este parque es el resultado del empeño de César Cort Botí, uno de los personajes más interesantes del Madrid los años 20 y 30. Aquí César Cort decidió llevar a la práctica, en su propia quinta, sus teorías acerca de cómo habría de ser la extensión de las ciudades para que éstas fueran agradables, vivideras y duraderas en el tiempo.

César Cort fue, en muchos aspectos, un adelantado a su tiempo y destacó por su capacidad de formarse en distintos campos. Nació en Alcoy en 1893 donde estudió para perito industrial y aparejador. Ya en Madrid estudió la carrera de arquitectura donde se interesó por el urbanismo, llegando a ser el primer catedrático de esta disciplina en toda España cuando contaba sólo con 29 años. No contento con eso, fundó la editorial Plus Ultra con la que difundiría el arte español, fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y se aventuró en el mundo de la minería que le acabaría proporcionando pingües beneficios.

Aparte de su relación con el mundo de las artes, participó en política. Fue elegido concejal monárquico durante la II República en el Ayuntamiento de Madrid y salvó la vida durante la Guerra Civil gracias a Félix Schlayer, cónsul noruego en Madrid durante el primer año de la contienda. Este cónsul, al que se le conoce como el Schindler español y en realidad era un industrial alemán, salvó la vida de más de 900 personas que, por no ser afectos al régimen republicano, se ocultaron en su embajada tras la sublevación del bando nacional. Acabada la guerra, la fortuna le sonreiría al convertirse en accionista mayoritario de unas minas que dirigía su hermano en Pontevedra: las minas de Fontao. Estas minas, en un principio dedicadas a la obtención de estaño, tornaron a extraer wolframio, mineral de vital importancia en épocas bélicas pues se utiliza para endurecer las piezas metálicas destinadas a fragatas, carros de combate o artillería.

Una parte de la fortuna proveniente de las minas la invirtió en ampliar una pequeña parcela y acondicionar su propia Quinta. Este dinero le permitió, con el tiempo, ir ampliando la extensión donde se asentaba su palacete y acometer una serie de obras que convertirían este complejo en uno de sus proyectos vitales. El origen de la quinta fue la pequeña parcela que cobró como pago por el proyecto del palacete que hizo para su amigo Ildefonso Pérez de Guzmán el Bueno y Gordón, VI Conde de Torre Arias. Este grande de España, que vivía no muy lejos de la pequeña parcela que le entregó a modo de pago, quería construir una residencia palaciega en Madrid, donde ya contaban con el Palacio de Santa Marta. El proyecto de Cort para el Conde se localizó en la intersección de la Calle del General Martínez Campos con la de Fernández de la Hoz. Se trata de dos edificios señoriales, en ambas esquinas, con un marcado carácter funcionalista.

Esta parcela llegó a ser más grande que el parque que ahora disfrutamos pues éste se entregó a la ciudad de Madrid a cambio de la recalificación de algunas hectáreas de la finca original, las menos interesantes desde el punto de vista paisajístico.

El resto del dinero que consiguió acumular César Cort, lo dedicó a adquirir terrenos en las afueras de Madrid para acometer desarrollos urbanísticos. Con ellos buscaba demostrar la bondad de su nueva concepción del urbanismo, respetuoso con el medio rural y con una mejor calidad de vida en las ciudades. Lo tuvo que hacer por su cuenta y riesgo pues sus propuestas no encontraron apoyo ni en la II República por motivos políticos,  siempre le vieron como un monárquico, ni durante la dictadura debido a lo innovador de sus planteamientos. Decían de él que su carácter no era muy diplomático y, tras una primera y última reunión con Francisco Franco, Cort definió al jefe de estado como “una mula”. Cort siempre se declaró católico y radicalmente liberal. Fue un viajero infatigable y falleció en Alicante en 1978.

La Quinta: La Quinta se compone en la actualidad de unas 25 Ha. ocupadas por un palacete, jardines, edificios auxiliares, lagos, estanques y una gran extensión con carácter de explotación agrícola. Lejos de lo que se cree, este parque no es un monocultivo de almendros pues éstos sólo suponen el 21% de los árboles plantados, casi el mismo porcentaje que de pinos piñoneros que ayudan a dar el carácter mediterráneo al conjunto. La Quinta cuenta con 120 especies distintas y más de 7.600 árboles. La parcela está en pendiente con caída norte-sur y se puede dividir en tres sectores: alto, medio y bajo.

El sector alto está presidido por el palacete que diseñó Cort inspirado por el palacio Stoclet de Bruselas, ejemplo de arquitectura modernista en su camino hacia el racionalismo moderno. En él destacan las líneas rectas, los volúmenes claros, la falta de ornamentación superflua y la torre que sobresale y preside en la fachada sur, la principal.

Junto a la residencia oficial encontramos los parterres destinados a la ornamentación cromática por medio de flores. A ambos lados del palacete se disponen dos rosaledas racionalistas en parterres simples y rectangulares. Los lirios, por su parte, se disponen en zonas de transición y parterres entre caminos. Frente a la fachada principal se sitúa un parterre amplio y rectangular circundado por plátanos y con césped, despejando la visión directa del edificio que preside el conjunto.

En esta zona se sitúan los molinos, destinados a extraer agua de los pozos y manantiales, que dan nombre a la quinta y varios equipamientos hidráulicos fundamentales para el abastecimiento y riego de la misma: depósitos elevados, estanques y fuentes ornamentales de discreto diseño. Situando los depósitos de agua en la zona alta se asegura el arquitecto la presión necesaria para abastecer todos los espacios de la quinta, incluyendo las plantas altas del palacete. En un claro terraplenado de gran tamaño se localiza la pista de tenis de hierba. Ahí se aprovecha el talud del vaciado a modo de gradas y el muro de contención más alto aparece como fachada de unas estancias que bien pudieran servir como vestuarios. Es esta zona alta un jardín funcional sin pretensiones donde se aprecia la mano del arquitecto como organizador de los espacios, usos y funciones. La orgánica vegetación es el único contrapunto a las líneas rectas de fachadas y parterres.

La zona media de la finca es una zona de transición y de terrazas que se suceden albergando distintos edificios y usos. En esta zona media existe otra residencia, la Casa del reloj, que fue la última que habitó el arquitecto tras las lesiones que le provocó una caída por las escaleras del palacete. Es este edificio muy distinto al principal pues existe un claro interés de construirlo con un tipo de arquitectura rural y vernácula, en contraste al estilo “Sezession” de líneas rectas del palacete. Junto a este edificio, dispuesto en una terraza marcada por los muretes de contención que la definen, se aprecia el invernadero, no exento sino adosado al muro, y un pequeño jardín de parterres rectilíneos de flores que contrastan con el pavimento de ladrillo de esta zona. Una antigua columna jónica aislada nos remite a las ideas del jardín pintoresquista que triunfa en Inglaterra durante los siglos XVIII y XIX.

Desde esta zona media podemos obtener una perspectiva, más o menos amplia, de lo que el arquitecto quiere mostrarnos. Destaca el lago que a un lado del camino peatonal se incrusta en una zona más boscosa donde la hiedra tapiza los parterres entre caminos. En cambio, al otro lado del camino, el césped de los parterres define zonas estanciales. En algunos de estos espacios las curvas toman el protagonismo que antes tenían las líneas rectas y, sobre todo, el agua se hace más presente. El tintineo que de ellas mana, amenizan la estancia a quienes reposan en los cercanos bancos y mesas pétreas o de fábrica.

Ambas zonas, la alta y la media, se sitúan en la parte norte del jardín, allí donde el solar presenta un ancho más estrecho. Sin embargo, a pesar del relativo poco espacio, Cort consigue articular los espacios como sucesión de plataformas, usos y soluciones que destacan por su variedad y originalidad.

Todo lo contrario encontramos en la zona sur, la más amplia del jardín. Allí se localiza la parte “productiva” de la finca. Estamos aquí ante un jardín-huerta de estilo mediterráneo donde los árboles pueblan los distintos parterres, mucho más grandes que los anteriores, distanciados unos de otros para mejorar los trabajos de mantenimiento y recolecta.

El efecto conseguido es el de haber entrado en un nuevo mundo donde los pies de árboles generan una geometría reticular, en una superficie mucho más abierta, donde los únicos obstáculos que interrumpen su isotropía son los distintos caminos. Éstos suelen ser de tierra, rectilíneos, y suelen discurrir paralelos o en perpendicular al camino empedrado. Éste se convierte en esta zona en el eje central del jardín y nos conduce al acceso sur. De vez en cuando, y como elemento singular, aparecen caminos en diagonal que invitan a atravesar el mar de almendros, encinas u olivos.

Sin duda ninguna, el mayor atractivo estético de esta zona, es la floración al unísono de más de 1.600 almendros. Se sabe que, lejos de lo que se supone, Cort eligió esta especie por ser un árbol relativamente barato que se podía retirar sin mayores problemas en caso de una posible urbanización posterior de la zona. Esta floración se suele producir entre febrero y marzo en Madrid y es entonces cuando las verdes praderas salpicadas de pies de almendros contrastan con los tonos blancos y rosas que inundan las copas de los árboles.

El actual uso de parque público del jardín invita a los visitantes a adentrarse en estas zonas con almendros florecidos para buscar tanto la belleza de las flores como elemento individual como la impresión que suscita el conjunto de flores que, como escarcha, envuelven las copas convirtiéndolas en algodón de azúcar.

Esta zona sur de la quinta alberga mucha más sorpresas, que hay que saber encontrar. Si nunca has sido testigo de esta maravilla, no dejes de visitar el jardín en estas fechas de floración. Eso sí, no olvides también visitar la parte superior del jardín, pues en el contraste de estas distintas zonas es donde se aprecia la sensibilidad del propietario, capaz de compaginar esta imagen de explotación agrícola mediterránea con lo más sutil del protorracionalismo arquitectónico. Merece la pena.