Casa Mira. Foto de www.casamira.es

Tiendas centenarias en el Barrio de las Letras

Desde el año 2006 el Ayuntamiento de Madrid homenajea a los establecimientos de la ciudad que hayan cumplido los cien años de servicio. Lo hace mediante la concesión de una placa dorada, diseñada por Antonio Mingote, que se suele colocar en la acera, junto la entrada. En ella se grafía el nombre del local y el año de su fundación.

En la actualidad, la capital de España cuenta con más de 160 establecimientos con estas características y, aunque la reciente crisis sanitaria ha obligado a algunos de ellos a cerrar sus puertas, otros “viejos locales” nuevos han ocupado su lugar entrando en tan exclusivo club.

Cada uno de estos locales representa un ejemplo de superación. La suya suele ser la historia de una única familia que hizo de su negocio, no sólo su medio de sustento, sino una marca de éxito que pudieran transmitir a sus hijos. En otros casos, los que tomaron el testigo de los pioneros fueron sus propios empleados. Todos ellos comparten unos principios de trabajo, dedicación y gusto por las cosas “bien hechas” que han llevado a sus establecimientos al Olimpo de los imperecederos.

Es estos establecimientos se aprecia el valor de la tradición, pero también el tesón imprescindible para para sobrevivir y adaptarse a los nuevos tiempos. Eso sí, por lo general, todos mantienen con escrupuloso respeto la decoración que les hace diferentes y que, en la mayoría de los casos, nos sigue sorprendiendo por su elegancia más de un siglo después.

El año 2021, el Pleno del Ayuntamiento de Madrid quiso seguir apoyando a todos estos establecimientos con la declaración de especial significación ciudadana e interés general para la ciudad. Se puso así de manifiesto la general voluntad que existe en la actual generación de conservar y cuidar lo que ya fuera apreciado por nuestros padres y abuelos.

Uno de los barrios que más establecimientos centenarios conserva es el Barrio de las Letras. Parece lógico que este barrio, donde las tabernas siempre han vertebrado la vida vecinal, haya conservado sus locales. Sin embargo, hoy no nos centraremos en los ejemplos de restauración que a todos nos vienen a la cabeza sino a los otros comercios centenarios que, siempre en el entorno de la Carrera de San Jerónimo, nos ofrecen dulces o la mejor moda.

Casa Mira: En 1842, el jijonenco Luis Mira, maestro artesano del turrón y visionario empresarial de su época, quiso probar suerte con sus turrones en Madrid. Desde su Jijona natal enfiló hacia la capital con un carro cargado de turrón del que tiraban dos burras. Se cuenta que tuvo que reiniciar su viaje hasta cuatro veces, ya que le compraban todo el género por el camino. A la cuarta intentona ya consiguió arribar con los productos necesarios para poder abrir su primera tienda.

Luis empezó su negocio de venta de turrones en un puesto en la Plaza Mayor. Tenía 21 años y todas las ganas del mundo para hacer de su negocio una referencia del turrón en la ciudad. Su tesón fue reconocido durante el reinado de Isabel II pues se convierte en proveedor de la Casa Real y mantuvo el privilegio durante tres generaciones de reyes Borbones.

Pero aquí no sólo se vende turrón, también es conocida esta casa por otras variedades de dulces como mazapanes, fruta confitada, polvorones o marrón glacé. La familia Mira sigue regentando el establecimiento, ya es la sexta generación de “Hijos sucesores de Luis Mira”, como reza la tipografía del rótulo que corona la fachada.

La fachada del establecimiento es un ejemplo de elegancia. Cuatro columnas de caoba noble talladas, organizan el lienzo en dos grandes vanos. El de la izquierda sirve de escaparate y marco a la puerta de acceso y el de la derecha alberga el escaparate principal donde se muestran los productos de esta fábrica de turrones, peladillas y mazapanes. Todos estos productos quedan expuestos en la antigua rueda giratoria, una de las últimas que aún se conservan en Madrid. Dentro todo remite a la estética y la vida de mediados de siglo XIX. Aparte de las vitrinas repletas de dulces, no se pierdan las elegantes columnas de forja que sostienen la viga de cuelgue principal.

La Violeta: La Violeta se fundó en 1915, en la Plaza de Canalejas, por la familia Gil, linaje de larga tradición confitera. Originariamente, la tienda no era de caramelos sino que se trataba de una pastelería llamada “El Postre”. Mariano Gil le cambió el nombre y empezó a vender aquí bombones, fruta escarchada, marron glacé y caramelos.

Desde el siglo XIX, se venden flores caramelizadas en todas las confiterías de Toulouse. No obstante, Mariano Gil no caramelizaba las flores sino que innovó creando unos caramelos basados en esencia de violeta. La Violeta es el único negocio que vende ese dulce original. Estos caramelos disfrutaron de tal éxito desde su aparición que ya es el caramelo que se asocia como típico de Madrid. Otros caramelos surtidos (fresa, naranja, limón, café, anís y menta) y los bombones de chocolate complementan la oferta de este paraíso del dulce.

Su escaparate sigue despertando la atención de cuanto peatón pasa por su lado. La portada de madera y los curvos escaparates de vidrio en la fachada conversan con los clásicos aparadores y expositores de un interior donde reina la bella lámpara.

Este establecimiento es historia viva del siglo XX. En años tan oscuros como los de nuestra Guerra Civil este establecimiento siguió abierto tratando de endulzar la vida de quienes la sufrieron. Cuentan también que cuando la reina Victoria Eugenia regresó a España, tras el exilio por la guerra civil para bautizar a su biznieto Felipe en el año 1968, ésta reconoció únicamente tres establecimientos: uno de ellos fue La Violeta.

Jacinto Benavente fue uno de sus adictos más incondicionales. Raramente dejaba de comprar una caja de 100 gramos de estos famosos caramelos cuando acudía a su diaria visita al café El Gato Negro. Quizá no haya unos caramelos más imitados que los de este local pero ninguno consigue dar con la receta que, por supuesto, es secreto de una familia que sigue regentando el local en su tercera generación.

Antigua Pastelería del Pozo: Se trata de la pastelería más antigua de España, oficialmente en activo desde 1830 aunque se sabe que ya en 1810 funcionaba como tahona. En 1900 pasa a ser propiedad de Julián Leal Charle, y ya son tres las generaciones de sucesores de Julián Leal que se han sucedido al frente del negocio.

Se encuentra en el número 6 de la calle del Pozo y toma su nombre de ésta. Se tiene la tradicional creencia de la existencia en esta calle de un pozo al que en el siglo XVIII se habrían arrojado dos espinas de la corona de Cristo, lo que provocó que su agua amarga tornase en dulce e, incluso, milagrosa.

La austera fachada de puertas de madera con cuarterones se asemeja a las de las tabernas del siglo XIX, que se pintaban en rojo o, como esta, en marrón oscuro, pero esconde tras sí un local que ha sido objeto de varias reformas, pero que ha conservado el mobiliario original, con un mostrador de mármol y madera, una máquina registradora de 1850 y una balanza clásica de dos platos.

Todo lo que ofrecen es de elaboración propia y artesanal. Aquí se puede uno avituallar con la mejor bollería o con sabrosas y exclusivas empanadas. Especial renombre tienen sus hojaldres, elaborados como antaño, con planchas de hojaldre rellenas de crema o cabello de ángel, también los venden salados. También destacan sus roscones de reyes, que venden todo el año, y por sus deliciosas torrijas de bizcocho.

Camisería Burgos: Desde 1906 las camisas a medida tienen un lugar de privilegio en Madrid. En la Camisería Burgos, una camisa a medida cuesta 200 euros pero, además, lo vale. Sus camisas nunca pasan de moda y, si se deterioran por el uso, se reciclan por muy poco dinero, duran, literalmente, toda una vida.

Su seña de identidad, aparte de la tradición es la extrema calidad de sus materiales y su factura. No en vano, es la casa que elabora las camisas para nuestro rey Felipe VI y su renombre traspasa nuestras fronteras. Burgos viste a los protagonistas de las películas de Woody Allen y al mismo cineasta, han confeccionado camisas para Orson Welles, Cary Grant, Picasso o para mujeres como Sharon Stone o la propia Ava Gardner.

En una época, la actual, donde las modas pasan, la calidad se subestima y todo se confecciona industrialmente, encontrar una camisería a medida que elige sus propios algodones, donde trabajan infinidad de costureras que toman las medidas y guardan los patrones para ocasiones futuras, es todo un lujo.

Este es uno de esos negocios que pasaron del dueño a sus trabajadores. Su actual responsable es Carmen Álvarez, nieta de Santiago Olave, cortador que algunos años después de la apertura compró el negocio a su jefe, Julián P. Burgos. Si alguien piensa que un negocio centenario no es capaz de adaptarse a los nuevos tiempos, le recomiendo que lea las críticas que, en internet, se hacen de esta camisería única.

Capas Seseña: Santos Seseña abre su primera tienda en 1901 en la Calle de Espoz y Mina, 11. En ese momento era una de las tantas que había por entonces en esa calle. En ese primer momento la casa tomó el nombre original de “Le Printemps”.

A principio de ese siglo, la capa era una prenda no sólo habitual, era casi obligatoria. Personajes como Pío Baroja o Valle Inclán elegían vestir las capas de esta casa. Ya en 1924, el rey Alfonso XIII decide encargar aquí capas para sí y para los infantes. Desde ese momento, hasta la actualidad, Capas Seseña ostenta el título de proveedor de la Casa Real. En 1927 se amplía la marca y se abre en la Calle cruz la tienda que aún disfrutamos en la actualidad.

Sus capas se van abriendo paso entre la alta sociedad española por el influjo de Tomás Seseña, hijo del fundador, y personaje fundamental en la historia de esta marca. En los años 60, tras fallecer Tomás, la casa pasa a manos de su viuda, Concha Díez que decide abrir el negocio a la moda femenina. Luego es su hijo, Enrique Seseña, quien se pone al mando.

Hay infinidad de historias que ligan las capas de Seseña con la alta sociedad y los eventos de todas las épocas. Luis Miguel Dominguín regala una capa de Seseña a Picasso y el genio se deja fotografiar con ella dando lugar a una de las imágenes más icónicas del artista. Al morir, su amigo y barbero Eugenio Arias le envolvió con esa capa en su tumba.

Por otro lado, Paquito Fernández Ochoa, cuando recoge su medalla de oro en Sapporo, porta una capa de esta casa, así como otra capa de este origen lució Camilo José Cela al recoger el premio Nobel de literatura en 1989.

En la actualidad, sólo se confeccionan en el mundo capas clásicas en esta tienda de Madrid. Eso sí, ahora pueden comprarse en cualquier lugar del mundo pues cuentan con una tienda de internet que fue de las primeras del país, inaugurada en 1998.

Fábrica de guantes Luque: Desde 1886. Este negocio nace en la misma Puerta del Sol y, poco después se traslada apenas unos metros a la Calle Espoz y Mina, 3. Presumen de tener “Guantes de todos los estilos, materiales y colores”. En 1912 Juan Antonio Luque se queda con el negocio y en 1927 registra su marca.

Este es otro ejemplo de tienda especializada en un único producto. En esta tienda sólo se confeccionan guantes, ningún otro complemento más. Su fama es internacional y hasta aquí se acercan los mejores diseñadores de todos los países para encontrar los guantes perfectos para completar sus creaciones.

Álvaro Ruiz, propietario actual, hereda el negocio familiar pero no de sus padres sino de sus tías abuelas. Su madre no siguió con la tradición que ahora él rescata. Es la tercera generación, salvando ese paréntesis, al frente de un negocio que se nutre de un oficio, el de guantero que está a punto de desaparecer.

La piel más utilizada es la de cabritillo nacional aunque en su interminable surtido, podemos disfrutar de pieles de España, Sudamérica, África y Suecia, la más cara.

Asomarse a su escaparate es hacerlo al mundo de la artesanía, el buen hacer y la moda. Si aún no sabes lo que es el glamour, prueba a enfundarte uno de sus guantes.